Joaquín Tirado decidió ponerse a los mandos del Bar Artesans en 1980, en la Vía Romana de Vila. Toni ‘Solaietes’, quien años atrás gestionó también el mítico Bar Noguera, fue el que le pasó el testigo a Tirado, que recuerda que «antes que ‘Solaietes’ lo llevó un cocinero llamado Pepe, pero el bar no acababa de arrancar. El local era de Joan Tur ‘Partit’ y era un lugar muy oscuro y pesado. Cuando entré yo, las paredes estaban cubiertas de una moqueta color café oscuro que era horrible».
«En su momento cogí el local con un socio, Pep ‘Sastre’, pero solo estuvo unos cuatro o cinco meses antes de llevar el Bar Sa Parada», añade Joaquín, que reconoce que «al principio la cosa estaba un poco parada y no daba para mantener a dos familias, pero poco a poco fuimos creciendo, al mismo tiempo que crecía la clínica de Vilás (a pocos metros del bar)».
La evolución del bar de Joaquín también fue en paralelo a su vida familiar. «Aquí trabajábamos mi esposa María y yo todo el día y fue donde crecieron nuestros hijos, José Antonio, Arancha y Fernando, además de nuestros sobrinos».
La oferta del Artesans siempre tuvo la misma base: «las típicas tapas de siempre y menús», igual que su clientela: «principalmente gente del barrio, muchos obreros (toda Ibiza estaba en plena construcción), pero también familias, los pacientes de la clínica y, durante una buena temporada, el alumnado de la Alianza Francesa: éramos su cantina». «Como ellos seguían los horarios franceses, comían pronto y debían terminar en 20 minutos. Después empezábamos el servicio de menús al resto de clientes», recuerda Fernando, hijo de Joaquín, que creció entre las paredes del bar familiar que ahora regenta.
Así, el trabajo evolucionó tanto como la ciudad de Vila, hasta el punto de que, tal como asegura Joaquín, «estuve durante 19 años sin cerrar un solo día». «Solo cerrábamos el 25 de diciembre y el 1 de enero», matiza Fernando, mientras reconoce que, «aunque el bar estuviera cerrado al público, era donde nos reuníamos toda la familia para celebrar el banquete».
De esta manera, el Artesans estuvo casi dos décadas funcionando durante los 365 días al año hasta que «mi hijo me hizo firmar en una servilleta que íbamos a tener un día libre». «Era el año 2002 y llegó un momento en el que me eché novia y quería vivir», recuerda Fernando con humor para justificar que le hiciera firmar a su padre «el contrato de Messi».
Hasta entonces, «mi padre y mi madre, ‘la jefa’, eran quienes se encargaban de todo; mi padre abría por la mañana y mi madre era la que se quedaba por las noches hasta que los clientes terminaban sus partidas de cartas o de jugar con las maquinitas». «También hacíamos bocadillos de frita de pulpo que mi abuelo Fernando llevaba al Ayuntamiento en su Mobylette», añade Fernando.
«En 2017 me dio un susto la salud y me jubilé», recuerda Joaquín, quien explica con orgullo que ha dejado el relevo a su hijo Fernando, que, entre risas, reconoce que, «en realidad, las que mandan son Vanessa y Susana», refiriéndose a las empleadas del Artesans que se ocupan de la barra y de la cocina, mientras Fernando hace lo propio en la cocina. «No me gustaba estudiar y, con 16 años, le dije a mi padre que prefería trabajar en el bar. Aquí estoy desde entonces».
Respecto a la evolución del barrio, Fernando admite que «ha cambiado mucho de cómo era cuando éramos pequeños y jugábamos por la calle a la mula o al escondite con los demás niños. Ahora es más ‘ciudad’ y menos barrio». Como ejemplo de la familiaridad de la vida de barrio en los inicios del Bar Artesans, tanto Joaquín como Fernando recuerdan a Pepito, un vecino del bar con una discapacidad mental que «sigue viniendo alguna vez y, de la misma manera que hace 40 años, le doy su paquete de patatas y dos besitos. Después se marcha la mar de contento moviendo su botella de plástico llena de bolitas de papel de plata», explica Fernando. «Antes, siempre se soltaba de la mano de su madre, Sílvia, o de su hermana, Pepita, y venía corriendo a decirme siempre lo mismo: ‘m’he fotut una caparrotada!’», recuerda.
«También venían muchos marineros a tomarse su ‘pastís’, como Bartolo, el capitán de la Joven Dolores, o Luis Amor, que nos regaló un cuadro dedicado», añade Joaquín al recordar antiguos clientes. «Muchos de ellos han desaparecido, aunque ahora muchos de los nietos de estos ya son padres y siguen siendo amigos y clientes».
David, primo y sobrino de Fernando y Joaquín, asegura que «podría decir que he nacido aquí». El primo de Fernando recuerda que «aquí es donde siempre ha empezado todo, donde venía a buscar a mi primo para ir a jugar a la calle y después ir de fiesta».
Tito ‘Frit’ es uno de los clientes más antiguos y habituales del Artesans y no disimula su admiración por «todo lo que hacen. Tienen los mejores panecillos de toda la isla». Su hijo, Xavi, comparte su admiración por la cocina del Artesans y destaca «la tortilla de patata, no hay otra mejor».
Salvador, cliente del Artesans «desde que terminé mis estudios en Barcelona, cuando lo abrió Joaquín», destaca que el establecimiento «mantiene la calidad del producto y de la atención de siempre. Fernando ha sabido continuar la tradición familiar además de darle un valor actual». Además, Salvador añade que, «a diferencia de otros lugares, el ambiente del Artesans no es tóxico».
Margarita y Vicent, funcionarios del Consell, son clientes habituales «de lunes a viernes a la hora de desayunar». «Atención y calidad», resume Vicent, mientras Margarita enumera: «tortilla, canelones, croissant con almendras, albóndigas…», y reconoce con humor que, «lo mejor no lo digo para que no se termine». «La tostada con ibérico», añade Vicent.
Dennis asegura que «lo mejor de todo son los postres, sobre todo la tarta de queso». Además, destaca que «es todo casero y buenísimo». Nieves, clienta de la clínica, confiesa: «vengo de visita a la clínica, vivo en Santa Eulària, siempre hago la parada aquí».