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Bares de Ibiza: Ses Arcades, el punto de encuentro de Sant Joan

Ses Arcades ha sido el corazón de Sant Joan durante más de cinco décadas

Foto: Toni P.

| Ibiza |

En 1969, Catalina Torres Torres, con solo 12 años, puso la primera piedra de lo que se convertiría en uno de los lugares clave de Sant Joan. «Mi padre me puso una pala en las manos y me hizo cavar un agujero donde colocamos la primera piedra de la cisterna, que fue por donde empezamos», recuerda Lina.

Origen   

La piedra se colocó en un terreno que poco antes Joan de Can Frasesc, padre de Lina, había comprado a Joan Guasch, de Ca sa Botiga, con los ahorros de muchos años de trabajo.

«Mi padre había hecho de todo: ir al puerto de Ibiza a buscar una barra de hielo para venderla en Sant Miquel, Sant Joan o Portinatx con su moto, tuvo uno de los primeros taxis del pueblo… Después abrió con mi madre una tienda a pocos metros de donde luego construiría el restaurante. Se llamaba Siglo XX y allí se vendía de todo, incluso gasolina con una pequeña bomba. Se hacía matanza y había un pequeño bar», explica Lina, destacando el papel fundamental de su madre, Catalina de Can Taronges.

«Siempre tuvo mucha visión de futuro», asegura Lina sobre su padre. «La gente decía que estaba majara: aquí no venía nadie, no había hoteles ni en Portinatx ni en Sa Cala».

Centro social

En 1970 se celebró la primera boda en el nuevo edificio, «la de los de Can Covetes y Can Petit», cuando «ni siquiera se había puesto el azulejo del suelo», recuerda Joan Guasch. «La segunda fue la mía», añade.

Juanito Cosmi bromea: «Yo también me casé aquí, aunque en realidad lo hacíamos en la iglesia: aquí veníamos a emborracharnos».

«Al principio solo se hacían bodas y eventos. Después empezaron a parar autobuses de turistas y mi madre se hartaba de venderles botellas de hierbas ibicencas», señala Lina.

Ses Arcades pronto se convirtió en el verdadero centro social de Sant Joan. Cada sábado se celebraban bailes «cuando venían Marilina de Can Fumeral o Raimundo a tocar el acordeón», y en Navidad los vecinos de Sant Miquel y Sant Carles tocaban panderetas y cantaban villancicos. Las fiestas de Carnaval eran «divertidísimas».

«En Sant Joan apenas había nada», recuerda Lina. Los mayores se reunían a jugar a las cartas: «l’escambrí», «sa manilla», «es tuti» o «es ramer». «Yo, como no sabía jugar a cartas, jugaba al parchís», añade Cosmi.

Tradiciones

Lina rememora con emoción las comidas de los mayores: «Ver la ilusión de los abuelos todos juntos y cómo los más mayores recibían un regalo, un bastón para ellos y un ramo de flores para ellas, siempre fue un placer». También mantuvo la tradición de su padre de invitar a quienes pasaban la Navidad solos.

Hostal

El éxito de Joan se confirmó con la apertura del hostal en 1975. El primer registro del hostal Ses Arcades data del 25 de julio de ese año, a nombre de Rosario Scuto, turista italiana.

«Venían muchos italianos y catalanes. Algunas de esas familias siguen viniendo todos los años», asegura Lina, señalando a Cote, clienta alicantina: «Llevo viniendo un mes cada verano desde que estaba en la barriga de mi madre. Sigue manteniendo la esencia de siempre».

«En aquella época venían familias enteras todo un mes. Siempre hacía una mesa aparte para los niños, que acababan haciendo piña, con noviazgos incluidos», recuerda Lina.

‘Peluts’

Los inicios coincidieron con la etapa hippie en el norte de la isla. «Recuerdo a un millonario, Armando, que vino en busca de su hijo, amigo mío, que llevaba tiempo con los ‘peluts’. Le costó tres meses llevárselo y me regaló un frasco de perfume carísimo, Opium».

La familiaridad de Lina se refleja en otra anécdota: «Un día estaba barriendo y alguien me pidió un bocadillo. Le dije que sí y le di la escoba para que siguiera. Minutos después, mientras hacía el bocata, entró Ripoll gritando: «¡Linita, no hace falta que lo hagas, que este ha soltado la escoba y se ha ido corriendo!»».

«Dejamos de hacer banquetes tras la muerte de mi padre, que era quien preparaba las paellas multitudinarias», recuerda Lina. A partir de entonces, Ses Arcades se consolidó como restaurante.

Tras el fallecimiento de su madre, Lina asumió la dirección con el apoyo de su sobrina Marina. «Las mujeres siempre hemos llevado el negocio», afirma Marina Torres, actual responsable.

Nueva etapa

Lina dirigió Ses Arcades hasta la pandemia. «Tras estar toda la vida sin cerrar un solo día, cuando tuve que parar ya no supe arrancar de nuevo».

Marina tomó el relevo como tercera generación: «No tenía experiencia en hostelería, pero sí más cariño que miedo». Pese a unos inicios difíciles, ha recuperado la esencia del bar y adaptado la oferta: arroz de matanzas, sofrit pagès, frita de polp, paellas semanales y un food truck de sushi los sábados.

Uno de los mayores retos ha sido el personal, «pero tengo la suerte de contar con un equipo estable, en su mayoría mujeres».

Mismo espíritu de siempre

Hoy, en las mismas mesas donde se jugaba a «es ramer», se celebran partidas de ajedrez o backgammon en las tardes de «Chess and Jazz». El espíritu de centro social sigue vivo con exposiciones, charlas, presentaciones de libros, conciertos de invierno y fiestas «Flower Power».

La clientela confirma esa esencia. «Aquí es donde los mejores maestros me enseñaron las cosas más importantes», dice Toni Tixedor. «Marina no solo ha conservado lo que había, lo ha mejorado».

«Este es el lugar donde siempre hemos celebrado todos los acontecimientos familiares, el punto de encuentro del pueblo», señala Neus. Cosmi, con humor, confiesa que pasa cada día: «Cuando vuelvo a casa siempre estoy más simpático».

«La sonrisa y el trato», añade Bartolo, acompañado de Baloo, son valores que mantienen viva la llama de Ses Arcades más de medio siglo después.

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