Nieves Clapés Marí y su hermano Vicent crecieron envueltos en el aroma más dulce de la isla: el de los hornos de Can Vadell. Hijos de Maria y Joan, nacieron en la calle Aníbal, donde la familia no solo tenía el negocio, sino también su propio hogar.
El origen se remonta a 1923, cuando Joan Marí Planells y Pepa Ribas Juan fundaron una pastelería en la entonces calle Amadeo (hoy calle Manel Sorà). Se llamaba La Espiga Ibicenca, pero pronto adoptó el nombre que la haría célebre. «Como los apellidos de mi abuelo eran demasiado comunes, siempre había algún problema a la hora de recibir pedidos de harina y demás», explica Nieves. «Así que decidió usar el segundo apellido de su padre, José Marí Vadell, y ponerle el nombre de Can Vadell».
Allí nacieron sus hijos, Maria y Pepe, en 1926 y 1930. No fue hasta 1937, «según el historiador Felip Cirer», puntualiza Nieves, cuando la familia se trasladó a la célebre esquina de la calle Aníbal, que acabaría tomando popularmente el nombre de la pastelería.
Entre bescuits i bunyols
Maria y Pepe Vadell crecieron entre bescuits de Nadal, panellets, cocas de Sant Joan, bunyols y magdalenas ibicencas. Al llegar la edad adulta, ambos se casaron con Joan Clapés y Pilar Marí, incorporando así la segunda generación al negocio familiar.
La llegada de Joan Clapés fue primero laboral. «Cuando volvió de La Guerra, lo mandaron a Menorca, y después se puso a trabajar en Can Vadell como pastelero. Allí fue donde se enamoraron mi madre y él», recuerda Nieves.
La aportación de Clapés fue decisiva: amplió la oferta de dulces y consolidó la tradición familiar. Su experiencia como pastelero se remontaba a la infancia, cuando trabajaba en Cas Corpet desde niño, tras perder a su padre en un accidente de carro que dejó huérfanos a cinco hijos. «Durmió entre sacos de harina», relata Nieves, subrayando el vínculo vital de su padre con el oficio.
Con Joan y Pepe en el obrador y Maria y Pilar en el mostrador, la pastelería atravesó una nueva etapa de esplendor. Fue entonces cuando surgieron especialidades como los célebres ciriacos, incorporados en los años 60 para conmemorar la festividad de la ciudad de Vila.
Oficio y memoria
A lo largo de más de un siglo, Can Vadell ha visto pasar por sus hornos a varias generaciones de pasteleros. Nieves recuerda a algunos con especial cariño: Bartolo ‘Ric’, cuyo hijo también siguió en el oficio y acabó casándose con la dependienta Mari; Vicent ‘Sellaras’, que trabajó con sus abuelos y sus padres; Pepe ‘Palau’, presente desde antes de que ella naciera hasta su jubilación; o Miguelín, que empezó siendo un niño y permaneció en el obrador hasta el retiro.
A esa lista se suma Mariano, que continúa activo tras más de 30 años de oficio. «Prácticamente hemos sido una gran familia, no solo nosotros, también quienes han trabajado aquí», señala Nieves.
Tercera generación
La tercera generación la encarnaron Nieves y Vicent, ella tras el mostrador y él en el obrador, siguiendo la tradición de reparto de funciones de la casa. Sus primos Joan, Josefa y Pilar tomaron otros caminos académicos, aunque «siempre han estado colaborando en todo lo que ha hecho falta. Nos hemos criado todos juntos».
El negocio también se expandió con una sucursal y un gran obrador en la calle Canarias, que sigue activo hoy y que mantuvo en paralelo al local de la calle Aníbal hasta 2017. Desde entonces, es allí donde se preserva el recetario centenario que da identidad a Can Vadell.
Tras la jubilación de Vicent, es Nieves quien mantiene la sonrisa y la amabilidad tras el mostrador, aunque ambos son conscientes del reto de la continuidad. «Es un oficio muy esclavo, todo el mundo está de fiesta mientras tú estás trabajando», reflexiona Vicent, mostrando las dudas sobre el futuro de la saga familiar como guardiana del auténtico sabor ibicenco.
Patrimonio ibicenco
Los hornos de Can Vadell siguen ofreciendo flaó, greixonera, ensaimadas ibicencas, cocas y magdalenas, conservando un repertorio que forma parte del patrimonio cultural de la isla al que han añadido su ‘ciriacos’. La pastelería, reconocida con la Medalla de Oro de la Ciudad de Ibiza y con una mención especial de la PIMEEF en su centenario, es mucho más que un negocio: es un símbolo de la identidad local.
Nieves lo resume con humor, recuperando un estribot de tiempos de su abuelo que aún se entona en Vila: «Empanades de Can Vadell, qui en menja es posa tant gord com ell!».
Futuro
Sobre la continuidad del negocio, Nieves lanza un mensaje de esperanza: «Yo todavía no tengo ánimo para jubilarme y todavía no es definitivo que ninguno de mis hijos, Joan, María o Pilar, ni de mis sobrinos, Joan, Vicent y Lluís, que siempre han echado una mano, no se animen. Además, ya tengo cuatro nietos: Joan y Mar ya estudian y Gerars y Carlo todavía son pequeños. Todavía no se sabe».
Un siglo después de su fundación, Can Vadell sigue siendo un emblema de Ibiza, un horno donde el pasado, el presente y un futuro aún abierto se encuentran cada día en forma de dulces que guardan la memoria centenaria de la isla.