La pasión de Manuel Rubio García por el billar nació en el mítico Picadilly Bar, en la calle Ramon Muntaner, cuando apenas tenía 14 años.
En aquellos años 80, Manolo descubrió las ligas en las que participaban clubes de toda la isla. Pronto empezó a despuntar hasta convertirse en campeón de Baleares, quinto en el campeonato de España y llegar a participar en el Mundial de 1994 en Las Vegas. Ese mismo año compitió también en la cita internacional celebrada en la desaparecida discoteca Privilege, donde alcanzó el meritorio puesto 26.
Sus estudios universitarios en Mallorca no le alejaron de su afición: allí colaboró en la creación del Club Somnis junto a Marc Mayol.
Orígenes
De manera paralela a la trayectoria de Manolo, Vila también cambiaba y locales como la sede de Sa Deportiva, al lado de la esquina entre las calles Canarias e Isidor Macabich, se transformaban en cafetería primero y en el restaurante Eclipse después, gestionado durante años por Enrique y Susi.
Ese mismo espacio, donde en tiempos se jugaba a la petanca y que Manolo recordaba como un patio interior junto al antiguo campo de fútbol del hoy Parque de la Paz, se convertiría en el lugar ideal para su proyecto al regresar de Mallorca: montar un club de billar. «Necesitaba un espacio grande para poner varias mesas», recuerda. Así, levantó su salón en la zona donde Susi y Enrique tenían el comedor y la cocina del restaurante. Allí pudo instalar hasta cinco mesas de nueve pies y otra más de siete, el formato más común en los bares.
Esfuerzo
Con el apoyo de sus padres, Carlos y Antonia, y de su hermana Rosa, Manolo puso en marcha su sueño en pleno año 2000, hace ahora 25 años.
A ese esfuerzo se sumó Dolores, su pareja durante años, que se encargó de la cocina del local, que siempre ha funcionado también como bar de tapas.
Entre las mesas crecieron sus hijos Jonás, Mario y Manolito, que pronto aprendieron a dominar el taco. El mayor, Jonás Souto, alcanzó el título de campeón mundial sub-19 en la modalidad de ‘bola nueve’.
Comunidad
Con el paso del tiempo, el Ilusions Pool se consolidó como centro neurálgico para los aficionados al billar en cualquiera de sus modalidades. La mente abierta de Manolo y la insistencia del añorado Ramón Huedo llevaron a ampliar el salón para dar cabida a la modalidad de carambola, que hoy lleva el nombre de Huedo en recuerdo de su legado. Dos equipos de esta disciplina han llegado a competir en la liga balear.
Más allá del billar, el Ilusions Pool se ha ganado con los años la confianza del barrio, convertido en punto de encuentro para el café, el desayuno o las retransmisiones deportivas. «Tenemos contratados todos los deportes y aquí se pueden ver partidos de fútbol, tenis, Fórmula 1 o MotoGP», explica Manolo, que considera esta inversión esencial para la personalidad del bar.
El local nunca ha sucumbido a la tentación de ampliar su cocina más allá de las tapas tradicionales, entre las que destacan la frita de pulpo, la de magro y la tortilla de patatas que prepara Inma desde que sustituyó a Dolores hace siete años. Junto a ella, Analba, Evelin y Elisabeth completan el equipo que atiende tanto el salón como la terraza en pleno Parque de la Paz. Dentro, solo interrumpen el silencio los chasquidos de bolas y tacos.
Clientes
Manolo define la clientela como «cosmopolita», un abanico que va «desde médicos y directores de banco hasta usuarios del albergue de al lado; desde árabes, latinos o rumanos hasta andaluces o ibicencos de toda la vida». Y es que, como anuncia el cartel a la entrada, la verdadera especialidad del Ilusions Pool es «la buena gente».
Entre ellos está Joan Ramon, un gran aficionado del billar que acude a entrenar cada día: «Llevo 47 años jugando, desde que lo hacía en el Alhambra». Entre bromas añade: «Si me pasa algo, aquí siempre hay algún médico cerca». Edgard y Antonio representan el buen ambiente multicultural del local: «Yo vengo casi todos los días a pelearme con algún gordo», dice Antonio riendo, antes de reconocer que «aquí siempre encuentras buena gente». «Es el punto de encuentro», apunta Edgard, que no falta a su cita diaria con el desayuno y los amigos.
Cristina, que trabaja en un comercio vecino, aprovecha también esa hora para «dar un salto»: «Cuando no estoy trabajando, vengo a probar sus tapas, que están riquísimas, y a saludar a los amigos». Entre sorbo y sorbo de café con leche, reclama a Manolo con humor: «¡Queremos más fútbol femenino!».
Que grande eres Manolo...