Este martes se cumple una semana de una de esas jornadas que quedaran para siempre marcadas en la memoria de la sociedad ibicenca. En apenas unas horas cayeron más de 250 litros por metro cuadrado, es decir, más de la mitad de lo que suele llover en todo un año. El agua, tan esperada en una isla afectada por la sequía, se presentó con demasiada intensidad y fuerza. El resultado de estas precipitaciones fueron severas inundaciones, que afectaron especialmente a los barrios de la ciudad de Ibiza.
Por unos momentos, cuando la alerta saltó en los teléfonos móviles, pasados unos minutos de las doce de la mañana, fue fácil temerse lo peor. Con las consecuencias de la DANA en la Horta Sud valenciana todavía en la retina, era fácil ser pesimista. La inmensa mayoría de gente salió a trabajar a primera hora, con total normalidad, puesto que las lluvias se desataron a partir de las diez de la mañana.
Sin embargo, afortunadamente no se tuvo que lamentar una situación ni remotamente parecida a la de Valencia. En aquello más importante, lo humano, no hubo más que lamentar dos heridos graves por caídas y alguno leve por el desprendimiento de una roca en la zona de Puig des Molins. Pese a ello, está claro que estas inundaciones han tenido fuertes repercusiones para todas aquellas personas que han visto como sus negocios o sus viviendas se llenaban de agua de un momento a otro.
El Ayuntamiento de Ibiza, de manera unánime por parte de todos los grupos políticos que lo conforman, aprobó el pasado sábado solicitar al Consejo de Ministros la declaración del municipio como zona castrófica. Y no es para menos, puesto que después de días de arduo trabajo de todos los sectores, son muchas las personas que siguen limpiando de barrio y suciedad sus comercios, tratando de volver lo antes posible a la normalidad.
Una normalidad que, en gran medida, se ha conseguido de una manera más rápida de lo que se podría esperar. Y es que la colaboración de la Unidad Militar de Emergencias -UME-, desplazada a la isla el mismo día de la emergencia, ha resultado vital para despejar las principales vías de circulación de la isla, o para extraer el agua de las decenas de garajes que fueron inundados.
Igual que la de estos efectivos desplazados, también fue imprescindible la labor de todos aquellos cuerpos que participaron para que esa emergencia fuera sobrellevada de la mejor manera, como los bomberos, tanto del parque del Consell Insular como del IBANAT, que atendieron decenas de incidentes tanto ese día como los posteriores.
El puerto y Es Pratet
Ahora, después de ya una semana, los recuerdos de esas inundaciones siguen más que presentes en algunos puntos. Seguramente sea entre la zona del puerto y Es Pratet donde esos efectos siguen más latentes. En la zona más enfocada al ocio nocturno del barrio, Mati, propietario de un bar junto a su mujer, sigue lavando el material de dentro de su comercio, tratando de eliminar los últimos restos de fango, tarea que no resulta sencilla. No en vano llevan más de una semana con la misma operación.
Por el momento, asegura, no ha recibido ayuda institucional «toda la ayuda que hemos recibido ha sido el propietario del bloque, que ha traído maquinaria que nos está ayudando en las tareas de limpieza. Por el momento no hemos recibido nada más».
En una situación muy similar está Michele, que contempló en primera persona como su negocio se anegaba el martes. Ahora la luz ha vuelto, pero sigue sin poder abrir al público como consecuencia de todas esas pérdidas derivadas de la inundación.
Solidaridad
Carmen Cárcel, presidenta de la Asocicación de Vecinos de Es Pratet, señala que esta es «la peor experiencia que ha vivido en los últimos 30 años que llevo en el barrio». Sin embargo, y pese a todo lo negativo que ha supuesto para tantos comercios y viviendas, señala que siempre hay una parte positiva detrás de toda historia: «todo el mundo se ha sumado a ayudarnos, los unos a los otros. La gente venía con fregonas y palas para echarnos una mano los unos a los otros. Ha sido una reacción del barrio muy bonita».
No muy lejos de ahí, en Talamanca, los hoteles de la zona fueron duramente afectados por estas inundaciones. La UME tuvo que realizar rescates a lo largo de la noche a personal y turistas que quedaron atrapados. Después de una semana la situación parece de normalidad, ya que ese barro no permanece como recuerdo.
Sin embargo, la realidad es otra, ya que son muchos los hoteles que han tenido que terminar su temporada de manera prematura. En lo que son los garajes de esos establecimientos hoteleros se puede ver como se acumula un mobiliario que ha quedado inservible.
En Figueretas la situación varía de un punto al otro. Mientras que la mayoría de comercios han abierto con normalidad, y el paseo está lleno prácticamente a rebosar pese a encontrarnos ya en octubre, los hay que han tenido menos fortuna, y siguen cerrados a la espera de unas soluciones que, por el momento, desde las aseguradoras no llegan.
Las carreteras que tienen pasos bajo superfície, como el puente hacia el aeropuerto o la rotonda de Can Misses todavía presentan ese color rojizo en las paredes, propias del fango, que recuerdan a ese día en el que se temió lo peor en la isla.