Hay lugares que van más allá de la costumbre y se convierten en parte de la vida. En Can Moreta ocurre eso desde hace casi siete décadas. En la imagen, la familia de Carmela, con cuatro generaciones unidas por el mismo ritual: reunirse en torno a una mesa del Moreta. Ella, con casi 90 años, sigue fiel a su frita de pulpo, mientras hijos, nietos y bisnietos mantienen viva una tradición que empezó mucho antes de que ellos nacieran.
La historia del bar se remonta a 1958, cuando Teodoro Moreta, llegado de Ávila tras su paso por el ejército, y su esposa Catalina ‘Coques’, una josepina de pura cepa, abrieron aquel pequeño local en Vila. En la planta baja del edificio familiar convivían una tienda y un bar, y sobre ellos, un hostal que Catalina atendía con mimo. Muy pronto, aquel espacio se convirtió en un punto de encuentro esencial para los vecinos del barrio.
Silvia, nieta de Teodoro, recuerda que su abuelo tenía «una gran visión comercial». Fue de los primeros en tener televisión, y cada noche la sacaba a la calle para que todos pudieran verla. «Cada vecino traía su silla y se sentaba en plena calzada, que ni siquiera estaba asfaltada», cuenta. Aquellas reuniones espontáneas hicieron del Moreta algo más que un bar: un auténtico centro social donde se compartían historias, risas y la vida cotidiana de una Ibiza que empezaba a cambiar.
Después de varias etapas, y tras el largo periodo en que Jesús y César mantuvieron el negocio en pie, Silvia decidió tomar el relevo familiar en 2011. «Yo tenía una peluquería y ni idea de hostelería», confiesa, «pero el corazón me pidió hacerlo». Junto a su familia emprendió una reforma integral y, con esfuerzo y perseverancia, devolvió al Moreta su espíritu de siempre, adaptándolo a los nuevos tiempos sin perder su esencia.
Hoy, Can Moreta sigue siendo ese lugar donde el café, el vermut o la caña saben a historia compartida. Donde los vecinos se reconocen, los visitantes repiten y las familias, como la de Carmela, hacen del bar una extensión de su hogar. Allí se mezclan los sabores de la paella de los miércoles, los huevos fritos con bogavante de los sábados o el cous-cous de los domingos, con el murmullo alegre de una clientela que ha convertido este rincón de Vila en un pedazo vivo de la memoria ibicenca.
J MariaDejé de ir. Dejamos de ir. Dudo q cambiaran visto el club d fans q les defiende y no entiende q no a todos gusta o gustó. Pero me la bufa por mi no es y sigo pensándolo es más corazonada de que visto el comentario tuyo eres de la misma forma. Bona nit blanca roseta