J.J.M.
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«Pienso criar podencos hasta que me muera», dijo ayer en su juicio Bartolomé M.R.,
Sendic
, acusado de mantener en condiciones deplorables para los animales la explotación de un criadero ilegal de
ca eivissencs
en es Cubells. Durante sus intervenciones, Sendic aseguró que nunca maltrató a ningún ejemplar de la manada, calificó de «inservibles» las normas legales de protección a los animales y defendió la «crianza en libertad» de los podencos en un sistema de «selección natural» para que sobrevivieran los más fuertes y aprendieran a cazar. «Es el mejor perro de presa del mundo», afirmó.
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Sendic también apostó porque éstos curaran solos sus enfermedades y heridas «comiendo hierba» y le atribuyó a sus ejemplares la facultad de transitar «siempre por la izquierda de la carretera» pese a que su presencia ha motivado múltiples accidentes de tráfico. «La gente no se acercaba a darles de comer, los envenenaba», agregó.
Para la médico forense que le examinó, el polémico vecino de es Cubells es víctima del síndrome de Diógenes ya que, según su diagnóstico, sufre un trastorno obsesivo compulsivo en combinación con otro de tipo paranoide. «Criar perros forma parte de su identidad. Otros acumulan basura y él lo hace con los podencos», explicó en la vista la especialista. La forense consideró que, por todo ello, el acusado no es plenamente consciente de sus actos.
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Otro perito de la acusación, sin embargo, descartó esta posibilidad y le atribuyó un trastorno narcisista que, a su juicio, no le impedía saber lo que hacía. El fiscal, tras estos informes mantuvo su petición de un año de prisión para el sospechoso, pero añadió como alternativa la posibilidad de que Sendic fuera condenado a cumplirla en un penal psiquiátrico. Las acusaciones particulares, pese a todo, mantuvieron la solicitud de dos años y medio de cárcel para el acusado, persona que, pese a las tres
redadas
de las que ha sido objeto, reconoció contar en la actualidad con una treintena de ejemplares. Negó enriquecerse con la venta de podencos y dijo sólo vender puntualmente tres o cuatro cachorros por 300 euros.
Su mujer se sentó junto a él en el banquillo. Ésta, también acusada, dijo no querer saber nada de la manada, estar enfadada con su marido y verse obligada por el matrimonio a someterse al imperio de su esposo. «Es mi casa y de aquí no me voy», señaló.