«La verdad es que nunca pensamos que pudiera tratarse de él, porque fue quien puso la denuncia por la desaparición y después fue él quien nos mantuvo informados de cómo iban las cosas durante todas estas semanas, así que era de quien menos sospechábamos... Incluso tuvo la desfachatez de decirnos que había recorrido los hospitales buscándola y hace poco nos envió por correo aéreo las últimas cosas personales de mi hija, se comportó como un cínico».
Así se expresó ayer desde la cuidad venezolana de Valencia Carlos Rosales, padre de María Karina Rosales Rivera, cuyo presunto asesino fue detenido el sábado por la Guardia Civil. El sospechoso, contra quien los investigadores aseguran que tienen «numerosas pruebas», es el agente de la Policía Local de Sant Josep, Francisco R.R., ibicenco de 45 años, que hoy será puesto a disposición del juzgado de guardia. «La verdad es que nunca se puede saber, porque Karina nos había dicho que este hombre era una buena persona», remarcó el padre de la fallecida.
Karina Rosales era natural de la ciudad venezolana de Mérida, aunque se crió en Valencia, y vivía en Eivissa desde hacía casi tres años. Era ingeniero industrial, pero aquí se dedicaba al maquillaje artístico. En los últimos tiempos había vivido en una casa de campo de la zona Benimussa en compañía de Francisco R.R., que, efectivamente, interpuso una denuncia por su desaparición. Según fuentes policiales, María Karina había iniciado una relación sentimental con el policía local, una relación que, según el detenido, no se hallaba muy consolidada.
El cuerpo sin vida de Karina, que murió con 38 años de edad, fue encontrado el 12 de mayo en una vieja casa abandonada situada cerca de la carretera que une Sant Antoni y Santa Agnès, a la altura de Cala Salada.