Iván Muñoz
Dos días después de llegar al Lago Rosa, símbolo del final del
Lisboa-Dakar, Xicu Ferrer volvía ayer a su Formentera natal. No tan
exóticos y algo más pequeños son los estanques de la pitiusa menor
-aunque alguno de ellos también rosa por su alto contenido en sal-,
pero seguro que volver a ellos después de haber completado de forma
notable el raid más prestigioso del mundo, su avistamiento fue
tanto o más emocionante que los de la capital senegalesa.
-Ante todo enhorabuena. Se cumplió el
objetivo.
-Y no es fácil. Siempre hay dos o tres etapas que son las más duras
y decisivas. Si se pasan las posibilidades de llegar al final se
disparan, pero hay que conseguirlo.
-¿Cuál fue el momento más duro?
-Pues precisamente esas, las etapas de Mauritania. Exactamente la
de Nouakchott a Kiffa. Fue en la que más pegas tuvimo, junto a la
anterior (Atar-Nouakchott), en la que se nos hizo de noche y
tuvimos que hacer una pista alternativa. Nos penalizaron, pero eso
nos permitía seguir en carrera.
-¿Has notado mucho la diferencia respecto a cuando corriste en moto?
-Correr el Dakar en moto supone una dureza física y psicológica. Aquí la dureza es más psicológica, hay que estar muy concentrado. Cuando todo va bien, todo es más fácil si corres en coche, pero si las cosas se tuercen hay que estar tranquilo para reaccionar de la forma adecuada y no complicar las cosas.
-¿Qué te ha impresionado más de todo lo que has visto?
--Conmocionan mucho las desgracias, pesan mucho. Sobre todo cuando pasa algo en el exterior de la prueba, como los atropellos a los niños. Si ocurre dentro del grupo también, pero quien viene a correr ya sabe a lo que se atiene. Cosas como los atropellos no tendrían que ocurrir, pero es casi imposible de evitar a pesar de las medidas que se toman. Hay muchos poblados, muchos niños corriendo, y es imposible controlarlos a todos.
-De todas las anécdotas que has vivido, ¿con cuál te quedas?
-Recuerdo especialmente la etapa en la que tuvimos que hacer el recorrido alternativo. Allí es muy difícil entenderse con los lugareños porque nadie habla inglés o francés. Después de no lograr que nos explicaran por dónde ir ni siquiera dibujando planos en la arena, un tuareg se ofreció para venir con nosotros y nos fue indicando el camino hasta que nos encontramos con un vehículo de la organización. Él se quedó allí.