Zinedine Zidane no está dispuesto a largarse sin agrandar aún más su leyenda. El genio de Marsella, que hasta el comienzo del Mundial parecía haberse apartado para siempre de esa aristocracia que él mismo había liderado, ha llenado un campeonato huérfano de estrellas y le ha dado sentido a un torneo que ahora parece construido a su medida. El todavía jugador madridista, que en la cita germana desprende la ilusión de un juvenil, está poniendo las últimas gotas de su clase al servicio del fútbol y va camino de escribir una de las páginas más gloriosas de la historia de este deporte, ya que si Francia celebra el título el próximo domingo en Berlín redactará uno de los epílogos más espectaculares que se recuerdan. De momento, los galos disfrutan con el renacimiento de los bleus, pero no olvidan la tristeza que le produce saber que al gran Zizou le quedan solamente noventa minutos de juego.
La figura de Zidane ha eclipsado a la verdadera revelación del torneo, Portugal, que recogió ayer sus bártulos con la sensación de que su hazaña no se valorará lo suficiente hasta que no se amontonen los años. Scolari, que durante muchas meses ha alimentado la ilusión y la imaginación de los seguidores lusos, es otra de las grandes figuras de Alemania'06. El técnico brasileño ha moldeado un grupo que parecía destinado a sobrevivir en un discreto segundo plano y lo ha dotado de un carácter ganador que amenaza con ser una de las principales señas de identidad de los ibéricos en los próximos años. Antes de marcharse a casa y recibir el justo homenaje de sus paisanos, Portugal tendrá la posibilidad de disfrutar del penúltimo pedacito de la tarta y de subirse al podio de los más grandes a costa de la anfitriona y frustrada Alemania.
El Mundial está a punto de morir y camina hacia el precipicio, pero se ha reservado una última batalla antológica. Italia, que perdió su última final ante Francia (Eurocopa 2000), prometió en su momento venganza y está a punto de consumarla, aunque quizá no contaba con Zidane.