En Ibiza, el blanco no es solo un color: es identidad, memoria y adaptación. Las casas encaladas, con su resplandor característico, han definido el paisaje de la isla durante siglos. Pero ese blanco no proviene de pintura industrial, sino de la cal, un material natural que respira con las paredes y dialoga con la luz.
Cada primavera, los ibicencos renovaban sus hogares con lavados de cal, aplicando nuevas capas sobre las antiguas. Este gesto, más que estético, era funcional: la cal refleja el sol, ayudando a mantener frescas las viviendas en los veranos intensos. Mucho antes del aire acondicionado, la cal ofrecía una solución sostenible y sabia.
Además de regular la temperatura, la cal protegía las casas, desinfectaba superficies y conectaba a las familias con una tradición transmitida de generación en generación. Como artesano, aplicar cal es más que un oficio: es participar en un legado vivo, donde cada brochazo, cada paletada honra la historia y renueva el presente.
Nicolau Baucells