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«Baleares no puede volver a 2019 y tener 16,5 millones de turistas»

«El crecimiento ilimitado lleva al colapso y parece que hay que volver a él lo antes posible»

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Catalina Torres (Inca, 1977) es doctora en Economía Ambiental, profesora del Departament d'Economia Aplicada de la UIB y miembro del Laboratori Interdisciplinari sobre Canvi Climàtic, también de la Universitat. Con el doctor Joan Moranta, científico titular del Centre Oceanogràfic de les Illes Balears, ha publicado en la Revista de Economía Crítica el artículo La emergencia climática en economías turistizadas: la necesaria transición económica, ecológica y social como base para una mitigación efectiva.

Torres, además de doctora y profesora de Economía, es miembro del Laboratori sobre Canvi Climàtic de la UIB. Junto con Joan Moranta, ha publicado un estudio sobre la emergencia climática y el decrecimiento turístico.

Cambio de modelo, decrecimiento turístico, son debates eternos. ¿Cómo se pueden conseguir?

—Mediante políticas encaminadas a decrecer el deterioro ambiental. Se trata de analizar el territorio y, a partir de aquí, promover actividades basadas en las energías renovables y que sean armónicas con la biosfera. Por contra, no hay que promover actividades basadas en el consumo de combustibles fósiles y perjudiciales para la naturaleza y las personas. Así, el decrecimiento turístico es una estrategia de mitigación más ante la emergencia climática.

Pero, aquí en Baleares, pocos cuestionan el turismo.

—La industria turística genera importantes conflictos sociales y económicos, por lo que no podemos promover un mayor crecimiento del sector. No se trata de tener tasas del PIB negativas, pero sí de reconvertir el sistema socioeconómico, más allá de la diversificación. Hay que cambiar las reglas del juego social, político y económico, incluyendo también un cambio de chip mental e institucional. Las grandes compañías eléctricas se apuntan a la transición energética y se pasan a las renovables, se ponen el sello verde, pero continúan teniendo el control económico y también ejercen un control político.

Supongo que el cambio de chip se refiere a que no podemos confiar en un crecimiento ilimitado.

—El crecimiento económico ilimitado es un dogma que nos llevará al colapso. Por ejemplo, una situación de pandemia como la que vivimos actualmente ya ha sido advertida hace años, al igual que fue advertido el cambio climático. El metabolismo socioeconómico, la deforestación, la urbanización masiva, la contaminación de los oceános, la ruptura de las barreras naturales y las agresiones a la biodiversidad nos llevan al riesgo de pandemias.

¿Tardaremos tanto como en el reconocimiento del cambio climático?

—Si pintamos de verde el crecimiento ilimitado sin cuestionar las reglas del juego, no se está reconociendo el problema a nivel institucional y volveremos a tener la situación que teníamos antes de la pandemia. En el caso concreto de Baleares, no podemos volver a tener 16,5 millones de turistas como en 2019. Y no se trata de que las personas no pueden tener atendidas sus necesidades básicas, ni mucho menos. Atender a las personas es primordial, pero hay que abrir un debate paralelo y explorar otros planteamientos. Sí hay movimientos sociales internacionales en este sentido y la concienciación individual está cada vez más extendida.

¿Pero tener en Balears, por ejemplo, una Ley de Cambio Climático que ha sido calificada de pionera no sirve de nada?

—Sí sirve, pero sigue el mismo modelo y la misma narrativa. Ha sido elogiada porque significa un avance frente a no tener ley de cambio climático, pero ahora nos encontramos con numerosos proyectos de parques solares en suelo rústico y fértil en lugar de desarrollarlos en suelos degradados. No se aplican límites materiales y territoriales y eso significa nuevos impactos ambientales. ¿Hablamos de soberanía alimentaria mientras aprobamos nuevos parques solares en suelo rústico? ¿De qué sirve limitar las plazas hoteleras si crece el alquiler turístico y el aeropuerto aumenta su capacidad? Todo ello no son más que incoherencias que nos llevan a consumir más energía, más agua y más recursos naturales.

En definitiva, se trata de reducir el consumo, así en general.

—Si el consumo crece, siven de poco las medidas de eficiencia energética o la selección y reciclaje de residuos. Debemos actuar como la biosfera. Cuando una hoja cae sobre la tierra, contribuye a su regeneración. Hay que hacer como la naturaleza, que cierra sus ciclos, y evitar actividades agresivas con el entorno ambiental. Por tanto, hay que acabar con obsolescencias programadas y alargar la vida de los productos. La capacidad de cambiar las cosas existe, pero no hay interés en cambiar el objetivo mientras la degradación planetaria y, en concreto, la balear son cada vez más intensas. La pandemia ha sacado a la superficie la falta de reflexión institucional. Al contrario, parece que el objetivo es volver a la situación anterior lo antes posible.

Y si volvemos a esa situación anterior, ¿cómo la afrontaremos?

—El decrecimiento es inevitable porque un mayor crecimiento es inviable e insostenible. Por tanto, debemos afrontar ahora la adaptación a esa nueva situación y no esperar a que llegue el colapso socioecológico. Realmente, tendríamos que habernos preparado desde hace años. Debemos gestionar el decrecimiento antes de recibir otra bofetada. Ya tenemos una crisis energética de los combustibles fósiles. Pronto se acabará esa disponibilidad de energía sucia y barata. Mientras tanto, crece el PIB, crece el consumo de recursos naturales y crecen las emisiones de gases de efecto invernadero.

¿Reaccionarán los gobiernos? ¿Lo harán demasiado tarde?

—Realmente, sorprende que miren hacia otro lado ante los intereses de las grandes corporaciones eléctricas, petroleras y turísticas mientras los datos son claros y nos señalan el camino a seguir. Los gobiernos pueden diluir los datos, pero ya no pueden ocultarlos.

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