A Miriam Ortiz le diagnosticaron hace más de dos años un trastorno por conversión, es decir, una patología por la que los afectados experimentan síntomas que no tienen una explicación física. El espectro va desde la debilidad, a trastornos del movimiento, problemas sensoriales o desmayos. Esto es precisamente lo que le ocurre a ella. Cada día tiene entre dos y tres síncopes, a veces, incluso con convulsiones. Mientras lo relata, durante esta entrevista, su perro ‘Ángel' que siempre la acompaña se pone a ladrar, está inquieto. En este punto el marido de Miriam se levanta de la silla y acude presto a sujetarle la cabeza. «Ponte tranquilo, estoy bien», le tranquiliza ella. Pero a los pocos segundos pierde la conciencia.
Se dice que el trastorno por conversión es relativamente común y hasta tres veces más frecuente en mujeres que en hombres. El desmayo le dura varios minutos, mientras ‘Ángel' corretea de lado a lado de la habitación. Su dueña se recompone y al rato recupera el hilo de lo que iba contando. «Un día nos dimos cuenta de que ‘Ángel' se ponía a ladrar unos segundos antes de que me sucedieran los episodios», explica. Y fue entonces como este Yorkshire, sin adiestramiento previo, terminó siendo acreditado como un perro de asistencia gracias a la intervención del Institut Mallorquí d'Afers Socials (IMAS)
Sin embargo, ‘Ángel' no es infalible, «a veces es repentino y no se da cuenta y voy al suelo», relata Miriam Ortiz mientras enseña dos moratones recientes. A su lado, su marido asiente: «es el pan de cada día», añade. ‘Ángel' acompaña a Miriam a todas partes, en una ocasión, «en una de las reuniones del hospital de día, lo saqué al patio y mientras hacíamos un ejercicio con los ojos cerrados empezó a ladrar. Yo le intentaba tranquilizar pero al instante se cayó la chica de al lado» cuenta mientras le acaricia. «Le pusimos el nombre porque nos gustaba pero en eso se ha convertido, en un verdadero ángel, si sigo viva es porque él está ahí conmigo». Desde 2019 Miriam no puede hacer nada sola. En casa le cocinan y tienen que acompañarla al baño; por la calle se agarra con fuerza del brazo de su hijo o del de su marido. «Me he cansado mucho de todo», reconoce ahora. «Una cosa es contarlo y otra vivirlo».
Desde 2019 no puede ejercer su profesión de guarda de seguridad. Tiene una discapacidad acreditada del 61 % si bien necesita llegar al 65 % para percibir una ayuda económica suficiente para su sustento. «Yo quiero recuperar mi vida, estoy cansada de estar siempre con la misma historia», se lamenta. Cada vez que requiere asistencia sanitaria se remiten a su trastorno por conversión que, asegura, parece que lo engloba todo. Sin embargo, «me han cambiado diez veces de medicación y no dejan de hacerme pruebas», explica, por lo que la sensación es de que en realidad nadie sabe lo que le pasa, ni cómo se debe tratar. «Una vez lo achacaron a una agorafobia pero en realidad todavía no sé qué tengo exactamente», concluye.