La fotógrafa francesa Christine Spengler está convencida de que «en cada corresponsal de guerra hay una herida muy profunda». Así lo afirmó ayer en Madrid esta mujer, durante la presentación de la autobiografía «Entre la luz y la sombra», que dice haber nacido el día que hizo su primera fotografía a los rebeldes tubus en Tibesti (Chad) y crecido en países como Irlanda del Norte, Camboya, Líbano, Irán, Nicaragua o El Salvador.
Corresponsal de guerra de la agencia Sygma desde 1972, Spengler explicó que su «llaga» fue su «infancia triste». Ella y su hermano pequeño Eric tuvieron que enfrentarse al amargo divorcio de sus padres y a su propio alejamiento. Mientras Christine vino a vivir a España con sus tíos, Eric quedó al cuidado de los jesuitas de Marsella. «Yo tuve más suerte, pero aún así me daba mucho miedo esta España de negro y rojo», señaló. Unos años después, los dos hermanos comenzaron un gran recorrido escapando de esa tristeza -«huir es mejor en el duelo»-. Sin embargo, en ese viaje descubrió la fotografía como un «objeto útil y necesario para testimoniar, porque es irrefutable, no se puede negar».
La fotografía sustituyó a la primera vocación de la francesa, que era escribir un libro contando sus tristezas y que sólo pudo llevar a cabo en 1991. «Mujer en guerra», que ya apareció en Francia, es la primera parte del volumen que ahora publica Ediciones El País-Aguilar. Allí se narra el encuentro fortuito con la cámara -«si quieres ser fotógrafo, no necesitas ir a grandes escuelas ni tener una buena máquina; con valor, ternura, pudor y mirada basta»- y la muerte de su hermano Eric, que la vistió de luto durante mucho tiempo. Esta primera parte de «Entre la luz y la sombra» incluye también el periplo que inició por los conflictos más importantes del siglo y de los que dio testimonio en publicaciones de todo el mundo. «Iba a las guerras para ejercer el oficio más bello del mundo, pero inconscientemente me hubiera gustado ser atrapada por la muerte. Siempre la tenté», confesó esta mujer que afirma estar dispuesta a «morir de pie y con los ojos sin vendar».