El humorista, escritor y dibujante Miguel Gila, que fue capaz de hacer sonreir a los españoles en épocas dramáticas, falleció a las 00'30 horas de la noche de ayer en la clínica Teknon de Barcelona a los 82 años de edad víctima de una insuficiencia respiratoria, consecuencia de una enfermedad pulmonar que arrastraba. En el momento de su fallecimiento, el humorista estaba acompañado por su mujer, María Dolores Cabo, y su hija Malena.
La capilla ardiente con los restos mortales de Gila quedó instalada a las 16'00 horas de ayer en el tanatorio de Les Corts. El funeral en su memoria se celebrará a las diez de la mañana de hoy en el mismo tanatorio. Autor de una de las frases más irónicas, mordaces, y surrealistas como «cuando yo nacía mi madre no estaba en casa», Gila supo burlar a la censura en la postguerra a pesar de burlarse de la guerra, del militarismo y de las miserias humanas colgado de su inseparable teléfono negro.
En 1937, en plena Guerra Civil, un grupo de mercenarios a cargo de un general franquista lo hizo prisionero y gracias a la borrachera que llevaban fallaron la orden de fusilarlo, algo que contado por un humorista no se sabía cuánto tenía de gracia o de estupor. En ese encierro coincidió con el poeta Miguel Hernández. Sin embargo, llegó un momento en 1962 en el que debió exiliarse en Argentina, donde se casó por segunda vez y permaneció en América, actuando durante 26 años desde Canadá a la Patagonia. Regresó a España al morir Franco. Gila nació el 12 de marzo de 1919 en Madrid y, según su autobiografía, el éxito le llegó en 1951 al actuar en Madrid como espontáneo en el teatro de Fontalba, donde improvisó un monólogo sobre su experiencia como voluntario en una guerra.
Desde su teléfono mantuvo supuestas conversaciones con el presidente de EE UU, el Papa o con quien hiciera falta vestido con su inconfundible camisa roja que le valió la persecusión de la censura en la época en que en España el poder llevaba camisa azul. «Hola, ¿está el enemigo?... que se ponga». Era uno de sus famosos monólogos o aquel en el que -desde el frente de guerra- comenta que recibió seis cañones pero a dos les falta el agujero. Mordaz y crítico pero muy humano, su humor mantuvo la sonrisa a los españoles en las épocas más dramáticas de su historia y siempre se mantuvo coherente con sus ideas socialistas, brindando apoyo a distintas figuras de su partido en mítines electorales o apariciones públicas. En algún espectáculo solía decir: «Desde que nací hasta que cumplí los tres años fui una hermosa niña de ojos azules y rubios tirabuzones, pero como la gente de aquella época era muy antigua me criticaban mucho, porque decían que los niños tienen que ser morenos y con bigote; así que no me quedó más remedio que hacerme niño».