Si lo que pretendía Armin Heinemann (padre del proyecto) era sorprender al respetable, no hay duda de que lo consiguió. Su arriesgada propuesta de «La Traviata de Ibiza», estrenada el miércoles en un Can Ventosa lleno y algo sauna, no dejó indiferente a nadie. Clara división de opiniones por parte de un público en el que destacaban sobremanera los teutones, aunque la cuota ibicenca también estuvo bien representada, empezando por el propio alcalde de Eivissa, Xico Tarrés, y pasando por un buen número de melómanos de pro movidos sobre todo por la lógica curiosidad de ver antes que nadie de qué iba este invento operístico.
El arranque del singular montaje ya dejó desconcertado a muchos: una Violetta alta y rubia (Nelly Palmer, eslava), ataviada rica y modernamente, frente a un Alfredo bajito y moreno (Dong-Seok Im) uniformado de payés, con barretina y todo. Y pululando por el escenario, un heterodoxo conjunto de personajes más o menos arquetípicos de la desmadrada noche estival ibicenca, más algunos payeses ortodoxos que parecían fuera de contexto; y una sobria y elegante bailarina (Marina Mascarell) en el simbólico papel de el ángel del amor que acompaña a Violetta en sus peores tragos.
Con una especie de prólogo para entrar en ambiente, suenan unas músicas ajenas a la de Verdi: «Let's spend the night together», de los Rolling; y algo del álbum «Wish you were here», de Pink Floyd, disco que haría de contrapunto en varias escenas. Y entramos en uno de los momentos cumbres de la obra, el famosísimo «Libiamo...», con el escenario en plan animada fiesta after-hour. Señalar que se trata de una versión de cámara, con el único soporte musical de un inspirado Leonhard Rieckhoff, pianista y director musical.
Pasado el desconcierto inicial, algunos fuimos entrando poco a poco en complicidad con la propuesta de actualizar ahora y aquí una drama decimonónico y parisino. Relajándonos y sonriendo ante algunas caricaturas; disculpando algún fallo de voz más o menos disimulado; algunos 'cuadros' -pocos- de la puesta en escena que chirriaban bastante; o admirando el buen hacer con el vestuario de ellas por parte de Heinemann (creador de la firma Paula's), así como la escenografía y la actuación de los personajes (se notó la mano de Chapí).