MARIANA DÍAZ
A más de cincuenta metros de altura sobre el altar de la Catedral, la rehabilitación del rosetón mayor sigue sin pausa al ritmo lento que marca la delicadeza necesaria para realizar esta obra que, el aparejador diocesano, Bartomeu Bennassar, califica de «artesanía de la construcción». Las sopresas que siempre dan las restauraciones culminarán en dos novedades: que la rossassa recupere su forma original del siglo XIV y que aporte más luminosidad al interior del templo.
Cien mil euros más de lo previsto y, de momento, trescientos cristales más de los que se creía había que cambiar son el presente de una restauración que el cabildo sufraga en solitario y que, si no ocurre nada fuera de lo normal, estará finalizada a mitad de verano, algo más de un año desde que se inició.
La restauración comenzó por la aspiración del polvo que cubría la tracería [elemento decorativo en piedra o madera formado por figuras geométricas] de marés y los cristales. Salieron 168 kilogramos. Durante estos meses, se ha descubierto que, en pasadas y «poco afortunadas» restauraciones, algunos de los conjuntos de cuatro círculos que parecían unidos por piedra, en realidad lo estaban por un mortero «que no era el adecuado para este tipo de obra». Al retirarlo, surgió una forma decorativa en cruz.