Han transcurrido 517 años desde el descubrimiento de América y aún son diversos los países, pueblos y muchas ciudades que se disputan el honor de ser la cuna de Cristóbal Colón, el genial navegante que al servicio de los Reyes Católicos desembarcó el 12 de octubre de 1492 en la isla Guanahaní, situada en el archipiélago de las Bahamas, a la que bautizó con el nombre de Sant Salvador. Génova y Savona en Italia, el pueblo denominado Cuba en el Alentejo de Portugal, Pontevedra en Galicia, Extremadura, León, Asturias, Cataluña, Mallorca e Ibiza reclaman ser el lugar de nacimiento, y lo cierto es que no puede ser natural de varios sitios al mismo tiempo. Sin embargo, hay historiadores e investigadores, que, por cuestiones políticas, nacionalistas, localistas o por temor a perder la poltrona, mantienen blindadas sus teorías y no reconocen hechos irrebatibles puestos al descubierto recientemente por la ciencia. Cierto es que Colón «da para mucho», pero informes antropológicos, lingüísticos y religiosos han puesto las cosas en su sitio y hoy en día, sin discusión posible, ya se conoce el origen geocultural del enigmático navegante.
Desde Washington
Ha sido la Dra. Estelle Irizarry, profesora emérita de la Universidad de Georgetown, autora de El ADN de los escritos de Cristóbal Colón [Ediciones Puerto, San Juan de Puerto Rico, 2009], que ha propuesto y confirma el verdadero origen del navegante. Así que ahora puede afirmarse aún más y en voz alta que Colón era natural de un territorio de la Antigua Corona de Aragón, súbdito de Fernando el Católico, catalanohablante y judío converso.
Cristóbal Colón que murió sobre los sesenta (60) años de edad, según el informe realizado por el antropólogo Miguel Botella que examinó los restos conservados en la catedral de Sevilla, no puede identificarse con Cristoforo Colombo, ni con un pretendido hijo natural del Príncipe de Viana y de una payesa mallorquina, ni tampoco con los candidatos a descubridor reclamados en Galicia y Portugal. Los falsos Colón citados deben ser rechazados automáticamente, aunque sólo fuera por razones lingüísticas y porque los tres hermanos Colón de los archivos españoles nada tienen que ver con los falsarios.
En cuanto a que Colón fuera italiano o portugués puede afirmarse rotundamente que es algo imposible porque las lenguas propias del navegante descubridor eran la catalana y el judeoespañol/judeocatalán. Además, Cristóbal Colón no puede ser confundido con un tal Cristòfol Colom Bertran nacido en el Principado de Cataluña por una razón de peso: el personaje citado ya había fallecido en 1484, unos ocho antes del descubrimiento del Nuevo Mundo. Debe entenderse, pues, que por razones científicas, como son la antropología y la lingüística, se han reducido y mucho los lugares que reclaman la cuna de Cristóbal Colón. Por cierto, y es algo muy importante, Colón utilizó algunos vocablos del dialecto ibicenco [Nito Verdera, Cristóbal Colón, catalanoparlante, Editorial Mediterrània-Eivissa, 1994], es decir, del catalán hablado en Ibiza. Por añadidura, el descubridor utilizó muchos topónimos de las Pitiusas [Nito Verdera, De Ibiza y Formentera al Caribe-Cristóbal Colón y la toponimia, Granollers, Barcelona, 2000], hechos que de manera científica lo vinculan con su lugar de origen.
Su ADN lingüístico
Una lectura detenida del libro de la Dra. Estelle Irizarry nos conduce a unos terrenos en los que la investigación no se había detenido o los había pasado, de manera intencionada, por alto. En el primer capítulo, Colón escritor, se dice que el navegante fue capaz de comunicar gran calma y extremada agitación, y de manejar estructura y expresión con arte. Los historiadores y biógrafos pueden interpretar a su gusto la figura de Colón como descubridor -expone Irizarry-, pero quedan estos textos como testimonio de un escritor hábil y elocuente.
En Colón, poeta, Estelle Irizarry señala que «escribir o simplemente leer poesía exige un alto grado de dominio de un idioma por la complejidad intrínseca del género, la retórica estilizada, las transposiciones morfosintácticas y sutilezas semánticas y fónicas del ars poetica».
Estelle Irizarry ha encontrado prosa poética en el Libro de las Profecías, cuyo autor es el propio Colón, y afirma que «es un proyecto católico escrito en latín en un monasterio con el propósito de honrar a Cristo y a los Reyes, pero creo que oculta lo que es en realidad un proyecto pedagógico hebraico para su hijo Fernando». Y añade Irizarry: «Colón le puso a Fernando [el hijo natural nacido en Córdoba] a copiar (lo que equivale a estudiar) los textos cuando el muchacho se acercaba a los trece años. Llama la atención la referencia a los trece años porque es la edad cuando el niño judío se prepara para entrar en el Convenio entre Dios y el pueblo judío como hombre. El criptojudío revelaba su fe cuando su hijo llegaba a esa edad».
Habiéndose demostrado inequívocamente que la lengua propia de Cristóbal Colón era la catalana, y que algunos de sus vocablos solamente se explican desde el dialecto catalán hablado en Ibiza, me place señalar que la Dra. Irizarry ha descubierto que el castellano de Colón era ni más ni menos que el judeoespañol. Dice así en su obra, que vio la luz en Madrid en junio del año en curso: «La paradoja de poder componer magníficas crónicas, cartas y hasta poesía en español 'deficiente' tiene una explicación: no es deficiencia sino judeoespañol. Propongo que fue a través del español configurado por la aljama judía, llámese ladino judeoespañol, que Colón aprendió el castellano. Esto justifica su temprana afición hispanista que era inexplicable para Menéndez Pidal».
Y recuerda aquí Estelle Irizarry, que, según el profesor César Hernández Alonso, «Colón aprendió el español antes de 1486, pero creo que es más exacto decir que fue el español de la judería, cuyos habitantes se dispersaron a raíz de los pogromos de 1391 en el Call de Barcelona, entre ellos, según Nito Verdera, los Colom antepasados de Cristóbal a buscar refugio en Ibiza».
En el capítulo 'Colón, escriba', Estelle Irizarry explica que la insistencia de Colón en puntuar sus propios textos está fuera de la norma de la época; y se puede decir que descubre para sí mismo la puntuación como arte del escribir moderno a la vez que descubre un nuevo mundo, Ahora bien, Resulta que el sistema colombino usa vírgula indistintamente para servir de coma o punto y seguido, separando frases, cláusulas y fragmentos. Lo curioso es que en España, el uso de la barra diagonal aparece casi exclusivamente en obras escritas en áreas de la Antigua Corona de Aragón. Al mismo tiempo, resulta que la manera de puntuar de Colón sigue un sistema usado por los masoretas (escribas judíos) que seguían una distribución geográfica activa aún en la España de Colón, antes y después del edicto de expulsión de 1493.
Lo más sorprendente y determinante es que el sistema de puntuación de Colón se da en tierras de habla catalana que estaban bajo la Corona de Aragón, donde se encuentran configuraciones idénticas en la puntuación de manuscritos, como en Ibiza. Y es que como escribe la Dra. Irizarry, «la primera página de una documento conservado en la catedral de Ibiza, de 1410, contiene barras internas que funcionan como la coma actual, con un punto a la derecha, semejándose a la puntuación usada por Colón. En la misma línea del segundo fin de oración, hay una vírgula como coma después del nombre. En la segunda página, además de coincidir con las vírgulas anotadas por Colón, el redactor también usa el espacio en blanco para separar divisiones, con la función de punto y aparte». Finalmente, cabe señalar que el sistema de puntuar de Colón no es característico de manuscritos o impresos de Castilla, no es práctica usual ni común en otras parte de la Península Ibérica; tampoco es característica de Génova, Florencia ni Venecia.