Javier Winthuysen (Sevilla, 1874 - Barcelona, 1956) fue uno de los pintores más originales, introvertidos y místicos de la España contemporánea. Hay una excelente tesis doctoral sobre él obra de Cristina Aymerich. Fue amigo de dos grandes poetas, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, tenía un estilo pictórico muy propio, sin parangón, ajeno a las modas y a todo. Vivía a su bola, absorto en su pintura y en los jardines que proyectaba (algunos de ellos en Ibiza). Pasó varias temporadas, en la década de los cuarenta, en Santa Eulària des Riu. Sobre este asunto, casi completamente desconocido, Periódico de Ibiza y Formentera publicó dos artículos. El primero de ellos el pasado 17 de enero (Winthuysen: El poeta del color y del vegetal que vivió en Santa Eulària) y el segundo Los jardines ibicencos de Javier Winthuysen que se editó el pasado 17 de febrero. Pero he aquí que gracias a Esther García Guillén, Jefa Unidad Archivo y Biblioteca del Real Jardín Botánico (Madrid), Periódico de Ibiza y Formentera ha accedido a una carta de este pintor-jardinero escrita en 1949 a su hija Salud desde Santa Eulària.
Santa Eulària 21-02-49
Así fecha la carta que desde ese pueblo ibicenco, donde Winthuysen tenía una casa. Esa carta que le manda a su hija Salud ha llegado al Archivo del Jardín Botánico (Madrid) porque en 1985 las herederas del pintor-jardinero (la mencionada Salud, Beatriz y María Teresa) donaron los papeles y bocetos de los jardines que había diseñado su padre a dicho Jardín Botánico. El material es muy importante porque Winthuysen es un referente del paisajismo y de los estudios sobre los Jardines Clásicos de España y además hemos tenido la suerte de que parte de su rarísima y sorprendente obra pictórica está pintada en Ibiza.
Gracias a esta carta ibicenca que remite a su hija Salud podemos adentrarnos mejor en la estética (y ética) de Winthuysen. Por ejemplo, que a Winthuysen no le gustaba mucho exponer, que eso no iba con su filosofía (lo dice a propósito de una exposición que ese 1949 tenía en Barcelona). Otra cosa muy interesante es que este artista sobre todo buscaba reflejar la luz, en este caso la de Ibiza, e insistía casi como un poseso en pillarla gráficamente, por eso aquel 1949 debido a los constantes cambios climáticos en la isla pitiusa y por pintar sobre tela (y no sobre cartón como hacía otras veces) le costó mucho sacar su obra adelante. Winthuysen era un perfeccionista en grado sumo. De su casa en Santa Eulària se queja (también era un quejica permanente) porque no estaba preparada para vivir en invierno dado que no tenía chimenea, ni esteras, ni cortinas y Winthuysen no quería gastar dinero en arreglarla y, claro ante la tacañería, no le quedó otra que pasar más frío que un mono. Por otra parte, nuestro pintor-jardinero era muy austero y riguroso, comía lo justo y tal vez un entorno, digamos, de sencillez lúcida y buscada y de paredes blancas alimentaba poderosamente su ya de por sí desmesurada capacidad artística. En Ibiza el único acompañante de este gran pintor era un perrito «sinvergüenza» que por lo visto dormía en su almohada y era muy tierno.