Hoy me gustaría hablar de un tema que puede aportarnos mucha paz y tranquilidad: el arte de aprender a simplificar nuestra vida.
En nuestro mundo materialista nos hemos acostumbrado al derroche, a acumular, a obtener cualquier cosa de manera fácil e inmediata.
Gracias a internet, ya no existen barreras ni distancias a la hora de conseguir lo que queramos. Comprar cualquier producto, por exótico o extravagante que sea, está a un solo clic en nuestro ordenador.
Las modas actuales fomentan el consumismo rápido. Todo queda obsoleto en pocos meses y debe de ser sustituido de inmediato por un producto más nuevo y actualizado. Algo anticuado o pasado de moda, sobre todo en el campo de las nuevas tecnologías, es sinónimo de inútil e ineficaz.
Las posesiones otorgan estatus y categoría social. Después de muchos años en nuestro país de carencias y penurias, en esta época hemos pasado al extremo opuesto. Queremos tener más para parecer más y sentirnos más. La crisis económica atenuó bastante esta tendencia, pero, tras conseguir empezar a remontarla, hemos vuelto de nuevo a ese modelo, algo que queda claramente patente durante la temporada de verano en nuestra isla, cuando el lujo, el glamour y el derroche desmedidos hacen acto de presencia.
TENER ha pasado a ser más importante que SER. Y eso que, en principio, pudiera parecer que nos haría sentir mejor, puede convertirse en un problema que nos llene de vacío y nos haga tremendamente infelices.
Acumulamos de todo: ropa, papeles, archivos, muebles, mensajes, contactos, fotos, libros, comida, actividades, relaciones, planes… y estamos tan volcados fuera, que nos olvidamos de nosotros y de mirar dentro de vez en cuando.
Nos escribimos cada día con cientos de personas que no conocemos y, sin embargo, apenas hablamos con nuestra pareja, o nuestros hijos, o con el compañero de trabajo, o el vecino que tenemos al lado. Estamos más comunicados que nunca y, sin embargo, nos sentimos más solos que nunca.
Vivir de este modo, hacia afuera, de una manera tan superficial y de cara a la galería, tiene consecuencias y nos pasa factura: nos sentimos solos, vacíos, desconectados… y nuestra vida carece de ilusión y de sentido.
Frente a este consumismo vacío y desmedido, del mundo oriental, y más concretamente de Japón, llega una nueva corriente a traer un poco de cordura y de aire fresco a tanta desmesura: el minimalismo, o el arte de simplificar la vida.
Ello explica por qué libros de autores japoneses que enseñan a poner orden en nuestras casas, a vaciar, a tirar, a ordenar y colocar, estén siendo superventas semanas tras semanas en las librerías. Estamos tan ahogados por nuestras posesiones, y estas nos roban tanto tiempo y energía que tirar se ha convertido en una necesidad, no solo para tener más espacio y vivir más cómodamente, sino también porque eso está directamente relacionado con nuestra salud y nuestro bienestar.
Aprender a darle a las cosas la importancia que realmente tienen y preocuparnos más de lo que es valioso e importante, tiene importantes repercusiones en nuestro ánimo y bienestar. Porque lo de fuera siempre es un reflejo de lo que hay dentro y una casa abarrotada de cosas, sin espacio ni orden, suele ser el reflejo también de una mente agobiada, desordenada y estresada.
Si fuera soltamos, vaciamos, liberamos, dejamos ir… conseguimos el mismo efecto dentro…
El orden nos ayuda a ser más eficaces y eficientes, a aprovechar mejor nuestro tiempo en lugar de malgastarlo buscando algo que nunca encontramos o teniendo que colocar mil y una vez, miles de cosas que nunca usamos.
Una casa espaciosa aporta calma y paz y nos procura descanso mental y físico.
No tener que ocuparnos de tantas cosas, personas, situaciones… nos facilita enormemente la vida y nos deja tiempo para lo verdaderamente importante.
Nuestra casa payesa era un hermoso ejemplo de simplicidad, sencillez, orden, funcionalidad y sentido práctico: no sobraba ni faltaba nada y todo tenía su función y su utilidad, pero, también su belleza.
Un día leí una reflexión que me hizo pensar mucho: Si fuéramos conscientes de todas las horas de nuestra vida que necesitamos invertir para poder ganar el dinero que después empleamos en comprar todas las cosas que, en realidad, no necesitamos, y de todo el tiempo extra que necesitamos después, además, para mantenerlas, colocarlas, limpiarlas, usarlas… seguramente, nos conformaríamos con muchísimo menos. Porque, al final, resulta que el precio que hemos pagado por tenertodo lo que tenemos, es el precio de nuestra vida, algo que jamás podremos recuperar.
Por ello, la consigna es simple: tengamos solo los que nos haga realmente felices y deshagámonos de todo lo demás.
Y tú, ¿ cómo puedes simplificar tu vida?