El primer número, una aventura. Cincuenta ejemplares, un año de vida. El centenar, un acontecimiento. Los 200, algo más que una cifra. Dice un viejo proverbio: cuando no tengas un motivo para celebrar, brinda por la vida.
Algo así hemos pensado en El Económico: brindemos por estar vivos, más vivos que nunca. Con más ganas, con más lectores, con más ilusiones, con más retos, con más esperanzas. El salmón sigue nadando y lo hace empujado por una economía, la balear, que ha recuperado el ímpetu y el empuje que un día la situaron a la cabeza del Estado. Las cifras hablan por sí solas: crecemos por encima de la media, creamos más empleo que el resto de comunidades y proyectamos al exterior una imagen de locomotora en marcha.
Es cierto que el viento sopla de cola, pero también lo es que hemos sabido aprovecharlo. El tirón del sector turístico, siempre a la cabeza de nuestra economía, ha servido de enganche para el resto de actores y les ha ofrecido la oportunidad de subirse a una ola claramente ganadora. La llegada masiva de turistas a nuestras islas es claramente una oportunidad de negocio no solo para las grandes multinacionales del sector sino también para multitud de pequeñas y medianas empresas que son el sustrato principal de la economía balear.
El Económico lo sabe de primera mano: sus páginas se han llenado con los reportajes de las cadenas hoteleras más importantes pero también con las empresas familiares, los pequeños comercios o las start ups más novedosas. Ha dado eco a las noticias de Mallorca sin olvidar que Menorca también existe y que el dúo que forman Eivissa y Formentera es un referente mundial a nivel turístico. Es nuestra vocación y seguiremos ejerciéndola, incluso a contracorriente.
Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho, no hay que bajar la guardia. El recuerdo de los años más duros de la crisis es demasiado reciente como para olvidarlo sin haber aprendido de los errores cometidos. La implantación de la ecotasa (así la conocemos todos por mucho que se intente cambiarle el collar al galgo), antaño demonizada por un sector muy influyente de nuestra economía y hoy asumida por propios y extraños con absoluta normalidad, se ha demostrado como un recurso con un gran potencial de rentabilidad social. De su correcta utilización por parte de nuestros gobernantes dependerá el resultado final.
La controversia generada al calor del alquiler turístico es otro de los debates abiertos en nuestra sociedad, con el riesgo de convertirse en arma arrojadiza entre distintos sectores. La adecuada regulación, en lugar de los intentos absurdos de ponerle puertas al campo, parece la única vía posible para zanjar una cuestión que se antoja capital. La economía participativa, tan alabada en sus orígenes, no puede demonizarse cuando se populariza y se hace rentable.
Es cierto que la masificación excesiva no es buena para la economía balear ni, por supuesto, para los habitantes de nuestra comunidad. No obstante, es mejor afrontar el problema de gestionar adecuadamente la abundancia de visitantes que repartir la miseria que nuestros vecinos competidores sufren en sus carnes.
Nuestro territorio es limitado y nuestros recursos naturales también. Tomar conciencia de esta situación no quiere decir que haya que prohibir el alquiler turístico, ni los coches de alquiler, ni la llegada de cruceros, ni el crecimiento del aeropuerto. Se trata de gestionar bien esos recursos, de optimizarlos más allá de la próxima temporada. Se trata de poner las condiciones para que nuestras fortalezas se impongan a nuestras debilidades. Se trata, en definitiva, de legislar en beneficio de la mayoría y no contra nadie, con una visión de futuro en la que el consenso de las principales fuerzas políticas permita asumir los retos que día a día se suceden en nuestra economía.
Son 200 números de El Económico. Solo los 200 primeros…