La mayoría de los europeos viven estos días con desconcierto el auge de los movimientos islamófobos, cada vez más visibles, y, al mismo tiempo, las amenazas de los integristas islámicos, hoy hechas realidad en la masacre que ha sufrido el semanario «Charlie Hebdo» en París.
El atentado contra el medio satírico francés, en el que murieron al menos doce personas, y perpetrado al parecer por yihadistas, se produce apenas unos días después de que la opinión pública internacional pusiera su foco en las manifestaciones de tinte xenófobo que han llenado las calles de varias ciudades alemanas.
Se trata de los conocidos como «Patriotas europeos contra la islamización de Occidente» (Pegida), surgidos en la ciudad alemana de Dresde, extendidos por toda Alemania y que ya cuentan con filiales en países como Noruega y simpatizantes entre organizaciones de ultraderecha que proliferan en el continente.
Aunque el atentado de este miércoles en París no tiene en apariencia una conexión directa con esas protestas contra la inmigración musulmana, lo cierto es que los dos fenómenos, yihadismo y xenofobia, se retroalimentan y ponen en peligro el difícil equilibro en que se mueven los políticos para atajarlos sin ser acusados de populismo.
«Somos conscientes de que el clima social en Alemania se ha enrarecido», declaraba el titular del Interior alemán, Thomas de Maizière, a la vista de la capacidad de concentración de movimientos como «Pegida» y «Hooligans contra salafistas» ("HoGeSa").
Y aunque las autoridades aseguraban que «no hay peligro de una islamización» de Alemania, también reconocían que el fenómeno de la xenofobia va en aumento y se nutre del miedo de los ciudadanos, agobiados por la crisis y que creen que los inmigrantes acabarán con su cultura y lo que queda del malogrado estado de bienestar en el Viejo Continente.
Una idea que parece compartir, aunque desde la ficción, el escritor francés Michel Houellebecq, quien en su último libro plantea la posible llegada de un gobierno islamista a Francia en 2022, apoyado por los miles de musulmanes que viven en el país.
Al mismo tiempo, numerosas formaciones de ultraderecha aparecidas en Europa en los últimos años tratan de acercarse a estos movimientos xenófobos, lo que complica la situación política de un continente que se siente blanco del terrorismo islámico radical desde hace años.
No en vano, ciudades como Madrid, Londres o París, han sufrido algunos de los peores atentados yihadistas y todo el continente vive ahora en situación de alerta tras las graves amenazas que periódicamente lanzan los radicales del Estado Islámico (EI).
Esta organización terrorista, escindida de Al Qaeda y que actualmente controla vastas áreas de Siria e Irak donde ha fundado un califato, ha provocado la creación de una nueva alianza internacional, en la que participan varios países de Europa, para detener su avance.
Pero además, y mientras se lucha militarmente contra sus posiciones, los Gobiernos occidentales, y especialmente los de la Unión Europea, tratan de establecer estrategias conjuntas para evitar que estos yihadistas, muchos nacidos en el Viejo Continente, vuelvan para cometer atentados en sus países de origen.
Los servicios de inteligencia europeos creen que estos yihadistas retornados y otros que se radicalizan sin haber salido de Europa, pueden moverse en solitario y atacar de forma indiscriminada y causar el mayor daño posible.
El ataque terrorista contra 'Charlie Hebdo', que había recibido amenazas con anterioridad de los radicales islámicos, se ha producido después de que el semanario publicara unas caricaturas de Mahoma, cuya mera reproducción está prohibida por el islam.
Una tragedia que ha provocado consternación y horror en todo el mundo pero que, como efecto secundario, puede contribuir a alimentar los sentimientos islamófobos de algunos grupos en Europa.