Las principales potencias mundiales –Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania– firmaron ayer un acuerdo histórico con Irán, país que se comprometió a frenar su programa nuclear durante los próximos diez años. Como contrapartida, el régimen iraní dejará de ser acosado por los embargos internacionales, que cuentan con el aval de las Naciones Unidas, con excepción del apartado referido al armamento. El presidente estadounidense, Barack Obama, ha capitalizado el final del enfrentamiento entre Washington y Teherán, que se ha prolongado durante más de treinta y cinco años.
Aliado trascendental. Que Irán no entre en el grupo de países que desarrolla armamento nuclear –como ocurre con Pakistán o Corea del Norte– es un importante logro diplomático, además de contar con la complicidad de uno de los países más influyentes en Oriente Medio en la lucha contra el yihadismo. El anuncio dado a conocer ayer en Viena es comparable al significado que tuvieron los acuerdos de Camp David de 1978, la reconciliación de EEUU y China en 1972 o, más recientemente, el acercamiento con Cuba y la reanudación de las relaciones diplomáticas. Lo que es todavía una incógnita es cómo asimilará la sociedad iraní el nuevo período de apertura económica y si tendrá consecuencias sobre la estructura política de los ayatolás.
Las reticencias. Es probable que Obama tenga que hacer uso de su derecho al veto para que el acuerdo con Irán no quede bloqueado por los republicanos. Mientras, tendrá que hacer un enorme esfuerzo para tranquilizar a Israel, cuyos dirigentes ya han calificado de irresponsable el entendimiento con el régimen iraní. Arabia Saudí, otro de los aliados de Estados Unidos, tampoco oculta su resquemor por el respaldo internacional que se otorga a una de las potencias productoras de petróleo. No cabe duda que la diplomacia no ha acabado su trabajo en todo este tema, aunque buena parte de la labor se ha concluido con éxito.