La visita del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a España ha tenido un marcado carácter protocolario por diversas razones. Las relaciones bilaterales no contemplan ningún conflicto destacable, tampoco aquellas que afectan al ámbito internacional como pueden ser el terrorismo yihadista o las tensiones en Cuba, Venezuela o Colombia, unos países que viven procesos políticos internos sobre los que también hay en juego intereses españoles y estadounidenses. Sin embargo, el principal valor de la estancia de Obama en nuestro país es simbólico, derivado del reconocimiento de España como un aliado estratégico de importancia para la principal potencia del mundo.
Gobierno provisional. La agenda de Barack Obama se ha tenido que ajustar para adelantar su regreso a Estados Unidos, donde asistirá a los actos organizados en Dallas tras los altercados raciales y la matanza de policías que tuvo lugar la pasada semana. Esta circunstancia ha deslucido su viaje a España, el primero de un presidente americano en los últimos quince años. Además, la coyuntura política española tampoco ha favorecido la trascendencia del encuentro al estar todavía el Gobierno pendiente de la investidura del presidente. En todo caso, Obama ha recalado en España en su periplo de fin de mandato y ha cumplido con el compromiso que le expresó al Rey durante su encuentro en Washington.
Cinco minutos. Al margen de la entrevista con el presidente Rajoy, Barack Obama ha dedicado apenas diez minutos a recibir a los líderes de los partidos en la oposición: PSOE, Podemos y Ciudadanos –Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, respectivamente. El gesto revela la distancia con la que la Administración americana sigue el proceso político español puesto que ninguna formación cuestiona las actuales alianzas. El presidente regresó a Estados Unidos desde la base aeronaval de Rota, uno de los enclaves militares más importantes en Europa. Todo un símbolo.