La tan anunciada como necesaria inyección de recursos públicos a las empresas afectadas por la crisis de la covid ha llegado con una desagradable sorpresa para las empresas. Y es que todos los fondos que recibirán las empresas han de ser destinados íntegramente a sufragar deuda bien con proveedores bien con acreedores de otro tipo. La principal consecuencia de dicha medida es que dos empresas idénticas que hayan sufrido el mismo impacto de la crisis recibirán importes de la ayuda diferentes en función de cómo hayan financiado el descalabro, de forma que aquellas empresas que tuvieran suficiente tesorería para afrontar la crisis, hayan hecho frente a la misma con recursos propios y hayan cumplido con sus compromisos con terceros recibirán menos ayudas que aquellas que hayan recurrido a la deuda con entidades financieras y tengan compromisos con trabajadores o proveedores sin cumplir.
Injusto reparto.
Salta a la vista que se trata de un reparto injusto que prima determinadas empresas sobre otras, lo que supone alterar las reglas del juego con el agravante de que se hace a posteriori, sin dejar margen a la rectificación. La contradicción es aún mayor, ya que el reparto de las ayudas premiará a las empresas que incumplan la ley contra la morosidad frente a las que hayan cumplido con los plazos de pago. Como no podía ser de otra manera, las patronales han expresado su indignación y descontento con una normativa que se ha venido ocultado deliberadamente hasta que se ha iniciado el periodo de solicitud de las ayudas.
El fin no justifica los medios.
Tiene su lógica económica que el Estado quiera que las empresas reduzcan el apalancamiento y que las entidades públicas que han avalado los préstamos también vean reducida su exposición al riesgo. Este objetivo, sin embargo, no justifica una discriminación que altera las reglas del juego. A estas alturas, no hay capacidad de rectificación alguna y, por lo tanto, las críticas de las patronales no servirán para nada. La negociación para frenar, o como mínimo corregir, dicho desatino debió producirse en Madrid antes.