Con una desoladora periodicidad, la ONU alerta a Occidente de las hambrunas que corren peligro de abatirse sobre el continente africano determinando un panorama tan triste como a estas alturas incomprensible. Ahora acaba de hacer lo en lo concerniente a países como Etiopía, Somalia, Sudán, Kenia, Uganda y Yibuti, advirtiendo que la situación catastrófica podría extenderse a Tanzania, Ruanda y Burundi. Nada menos que 16 millones de seres humanos podrían estar en peligro de perder la vida, por mor de la sequía y la falta general de recursos, en caso de no actuarse con cierta rapidez y eficiencia. Dicho de otra manera, la ONU estima que se necesitarán 205 millones de dólares en un plazo de dos meses para evitar una catástrofe de proporciones extraordinarias. Harían bien los países europeos en tomarse muy en serio, recién clausurada la cumbre de El Cairo, el problema africano. Y no sólo en cuestiones de ayuda concreta a situaciones de crisis, sino en lo relativo a la elevación del nivel de vida de los países africanos. Por si los aspectos humanitarios no pesaran suficientemente, cabría aquí hablar de otras cuestiones más prácticas. El siglo XXI va a ser el de las grandes migraciones. Unas migraciones que van a convertir los conflictos actuales de los 'sin papeles' o de las tristemente célebres «pateras» en un asunto baladí. Un continente africano hambriento y sin porvenir va a enviar hacia Europa "de la que España es la principal puerta de entrada" una auténtica legión de personas en busca de soluciones a sus problemas más elementales. La universalización de la miseria en el marco de una economía «globalizada» conoce una solución en absoluto descabellada. Se trataría de que el rico continente europeo, por su propio interés, auspiciara el desarrollo económico y tecnológico de Àfrica para así evitar un aluvión de trabajadores en busca de lo que muchas veces no encontrarán. Es decir, un trabajo, una situación social estable. Éste es el reto de una Europa que finalmente se verá forzada a actuar, aunque sólo sea por razones de puro egoísmo.
Editorial
Àfrica como problema