No era lo que pretendía ETA con la sangría a la que nos está sometiendo este verano, pero en los últimos días los políticos que se resistían a afrontar el problema con la altura de miras que un asunto de esta índole precisa parecen haber entrado en razón. El asesinato de dos guardias civiles en un pueblo de Huesca hace el número catorce de los atentados perpetrados por la banda terrorista en lo que llevamos de temporada estival, y hasta ahora lo mismo los dirigentes del PP que los del PNV se habían negado a hablar entre ellos, a entenderse por el bien del país y de sus gentes, hartas ya, deseperanzadas, ante tanta locura.
Aparte de que en Ajuria Enea se hagan necesarios cambios o no "aunque todo parece indicar que sí", era más que urgente que los partidos políticos democráticos se sentaran frente a frente para apostar de forma decidida por la paz y la libertad, para intercambiar información, posturas y estrategias capaces de hacer frente común a un terrorismo más propio de un país tercermundista, al que nadie ha sabido vencer.
Ahora el ministro Mayor Oreja ha abandonado aquella pose intransigente que le caracterizaba y ha llamado a todas las fuerzas políticas para hablar, a la vez que el lehendakari Ibarretxe ha propuesto una nueva mesa de diálogo de la que excluirá deliberadamente a Euskal Herritarrok. Es un paso, por fin, que demuestra que nuestros políticos han decidido mirar a la calle. Y que han visto una situación insostenible en el País Vasco, donde cada fin de semana la barbarie se apodera de ciudades y pueblos en forma de jóvenes borrokas que actúan a sus anchas contra empresas, bienes y personas ante la escandalosa pasividad de la Ertzaintza. Y, peor aún, toda una nación atemorizada, horrorizada y agotada ante una cadena interminable de crueldad sin sentido.