Aunque el notable aumento en el precio de las gasolinas ha sido el detonante de las protestas en contra de la política del Gobierno, los especialistas llevaban ya meses advirtiendo de serios fallos en materia económica que podían conducir a un deterioro de la hasta hace poco boyante situación. Precios disparados y fuera de todo control, una balanza de comercio exterior creciendo en números rojos y determinados indicadores domésticos -demanda de créditos, matriculación de cocheshablaban ya de un crecimiento estancado, tras cinco años realmente excepcionales. Fueron las maduras y ahora van a llegar las duras y, lamentablemente, se van a tener que pagar anteriores «alegrías». La actitud del Gobierno de Aznar en orden que culpa de todo al aumento en los precios del petróleo no convence a nadie; y como prueba baste decir que a los franceses les han subido el barril lo mismo que a nosotros y mientras ellos han finalizado el mes de agosto con una inflación del 1'8%, en España tenemos exactamente el doble, un 3'6%. A juicio de los expertos se están pagando hoy errores cometidos ayer. Durante la pasada legislatura, el Gobierno aplicó una política económica que resultaba muy útil para ganar unas elecciones, pero no tanto para evitar ciertos desequilibrios económicos evidentes y de los que se le advirtió en su momento. La demanda interna -siempre tan «agradecida»- creció en España a doble ritmo que el de nuestros socios europeos, al tiempo que no se llevaron a cabo las reformas necesarias en el mercado laboral y en el de los monopolios. La balanza comercial, antes de producirse el aumento en el precio del petróleo, había alcanzado ya el déficit más alto de toda la historia económica de España. Ocurre, pues, como con la inflación, que no se puede achacar al aumento en los carburantes. Tarde o temprano, el Gobierno de Aznar va a tener que enfrentarse a estos problemas y, lo que es más importante, va a tener que dar la cara, reconociendo los hechos tal cual son. Porque hablar a estas alturas -como todavía se hace de previsiones optimistas y crecimiento económico, es pura y simplemente un disparate.
Editorial
De las «alegrías de ayer a la realidad de hoy»