Balears ha dado un paso adelante "sólo Navarra lo había dado antes en España" en un tema social que, como mínimo, es controvertido. Se trata de permitir que las parejas estables de homosexuales puedan optar a la adopción de menores. Los ciudadanos comentan estos días los pros y los contras de esta decisión que el Govern de Francesc Antich ha tomado en aras de una mayor igualdad.
Quizá el asunto traiga más cola de la debida porque aún estamos en una sociedad que ve con malos ojos cualquier diferencia y también porque se ignoran ciertos detalles. Primero, que las parejas homosexuales que quieran adoptar niños tendrán que cumplir unos requisitos muy precisos "igual que las de heterosexuales" y segundo, que hay que saber mirar las cosas con cierta perspectiva.
Veamos, nuestra sociedad actual prácticamente no genera niños susceptibles de ser adoptados y quienes desean hacerlo deben mirar hacia afuera, a países con problemas terribles, incapaces de dar a sus menores una vida digna. Recordemos el caso de aquellas niñas chinas destinadas a un infierno por el mero hecho de haber nacido hembras, o esas otras de muchos países asiáticos, condenadas a la prostitución y al sida desde su más tierna infancia por la acuciante situación económica de sus familias.
Será a esas niñas y a niños en casos similares "hay cinco millones abandonados en Rusia" a quienes las parejas que sean "homosexuales o no" salvarán la vida y les dedicarán amor, medios económicos, un hogar y todo el apoyo del mundo. Un futuro muy distinto al que les espera en sus países de origen, donde morirán de sida antes de llegar a la juventud o malvivirán a su suerte en las calles de cualquier ciudad hostil y vengativa. Quizá a muchos les resulte extraño o negativo tener por padres a dos hombres o por madres a dos mujeres. Pero eso es mucho más de lo que podrán tener esos niños jamás.