El último bombardeo de Bagdad por parte de aviones norteamericanos y británicos ha suscitado reacciones inmediatas y ha cogido por sorpresa al resto de los aliados occidentales, entre los que se encuentra España. El Gobierno español considera que se trata de un «acto unilateral» que habrá que considerar en el marco de las Naciones Unidas.
Continúa siendo una evidencia que Sadam Husein puede resultar muy peligroso para el equilibrio en la zona. No extraña, por ello, que sus contactos con los serbios contribuyeran notablemente a la adquisición de conocimientos y técnicas para un eventual enfrentamiento con Estados Unidos o con las fuerzas aliadas. Precisamente en la presumible colocación de fibra óptica para intercomunicar sus sistemas de radar se amparan los británicos para pedir la intervención a EE UU.
El Gobierno de Londres no consiguió arrancar de Bill Clinton el bombardeo en la última época de éste en la Casa Blanca. Pero al parecer, George Bush no tiene tantos miramientos en lo que se refiere a su posición internacional. Parece haber asumido sin el menor titubeo el papel de gendarme del mundo. Y, además, lo ha hecho sin guardar las mínimas formas para con sus propios aliados al ni siquiera informarlos. Una falta de tacto que no se puede permitir el inquilino de la Casa Blanca.
Hay que añadir que cuando se trata de asuntos de esta importancia, parecería más lógico acudir al foro de las Naciones Unidas para obligar, mediante el acuerdo de la comunidad internacional, a frenar de forma efectiva a Sadam. Y es que, además, no sólo se trata de mantener a raya al mismo, sino de intentar dar una salida al conflicto con el menor perjuicio para la población civil de aquel país, que es la que más ha sufrido las consecuencias del aislamiento que padece.