El subdirector general del Fondo Monetario Internacional, Eduardo Animat, ha tenido palabras muy duras para aquéllos que coincidiendo con las reuniones y cumbres de los grandes organismos económicos internacionales protestan en las calles contra la globalización. Les ha acusado de «falta de legitimidad» y de carecer de toda representatividad real, aduciendo que no ostentan el mandato de nadie. Naturalmente que no cabe esperar una actitud de comprensión abierta de parte de alguien que tiene responsabilidades en un organismo de estas características hacia quienes denuncian desde la calle toda la deshumanización que lleva aparejada la globalización económica, pero cuando menos sería deseable una mayor sensibilidad. Animat, un socialista chileno que llegó a ocupar una cartera ministerial, estaría obligado por éstas y otras razones a entender el rechazo que se halla tras la protesta de aquéllos que, aplastados por el peso y la fuerza omnímoda de la mundialización, se sienten fuera del sistema. De aquéllos que no creen, y tienen sobradas razones para ello, en que se esté intentando compatibilizar el crecimiento exagerado de las modernas formas de capitalismo con objetivos como la justicia social y la yugulación de la miseria en el mundo. Aimat, y los que piensan como él, deberían entender que quienes desde las calles claman contra el refinado egoísmo de ese pensamiento único en lo económico, conforman un mecanismo de defensa de la Humanidad entendida como un organismo vivo. Representan a centenares de millones de seres humanos que al estar fuera de la economía capitalista sencillamente no interesan a nadie. Y esa marginación es precisamente la que los legitima y les otorga una cierta representatividad. Es, simplemente, el derecho de los más débiles a ser escuchados que otra vez más, ha sido ahora ignorado.
Editorial
El derecho de los débiles