Como siempre a principios de la temporada fuerte los datos provenientes de uno u otro organismo tienden a crear alarma al hacernos ver que este verano no vendrán tantos turistas, que éstos no gastarán tanto o cosas por el estilo. Al mismo tiempo, este año se ha desvelado un informe ciertamente preocupante sobre la capacidad de nuestro Archipiélago para asimilar los niveles de contaminación que nosotros mismos generamos. Siempre se ha dicho que Balears es un paraíso libre de los gases tóxicos que genera la industria. Pero ya no es cierto. De hecho, según este informe, la Comunitat balear triplica el umbral considerado normal entre la emisión de dióxido de carbono producido por el consumo energético y la capacidad del territorio "tan escaso como agredido" para absorber estos residuos atmosféricos.
Pero eso no es lo más grave "siendo, realmente, terrible", pues el planeamiento urbanístico vigente en la actualidad contempla la posibilidad de que nada menos que 4'2 millones de personas pueblen nuestras Islas, con lo que eso conlleva en términos de presión automovilística, de consumo energético y de agua y de generación de basuras.
El panorama sería desolador. Por eso, el Govern, junto a otros organismos, reclama un freno a estos proyectos, de forma que el futuro de Balears pueda mirarse desde la perspectiva de la sensatez.
Lo que ocurre es que cada vez que una voz exige un parón en todos estos frentes, surge otra que advierte de las consecuencias que eso podría traer: descalabro económico, paro, recesión, bajón del consumo...
La clave de este asunto, como en todo, está en el equilibrio, en saber compaginar el crecimiento con la sostenibilidad, el negocio con la preservación de la naturaleza y el consumo con la ecología. O sea, la cuadratura del círculo.