Los tres grupos políticos con representación en el Consell la han emprendido a mamporros los unos con los otros. O mejor dicho, PP y grupo mixto (Joan Buades, de Els Verds) contra Pacte Progressista y Pacte Progressista contra PP y grupo mixto. El espectáculo es tragicómico porque, por más que cada parte argumente sus reproches, están prevaleciendo sólo las (malas) formas, y con ellas, el desencanto. Eivissa y Formentera atraviesan un periodo muy delicado y no hay lugar para el chabacaneo. Además de los embates provocados por la pérdida de imagen en el exterior -fruto de un cúmulo de despropósitos y del rearme de los competidores- el Pacte se ha propuesto cambiar el modelo turístico porque piensa que es lo que le encomendaron los votos que le dieron el poder, un movimiento muy arriesgado de consecuencias imprevisibles. Hay en juego mucho dinero, muchos puestos de trabajo y nivel de bienestar alcanzado con el sudor de los años.
Y está dispuesto a hacerlo sin contar con el propio sector; más bien, si es necesario, está dispuesto a encararse a él en un camino que los ciudadanos aún no sabemos bien hacia adónde va. La premisa es simple: se quiere el mismo nivel de ingresos pero un número muy inferior de clientes, algo que parece difícil y poco realista, de momento. Por eso, quien más y quien menos comienza a estar preocupado por saber si existe un plan verdaderamente estructurado sobre el pretendido cambio de modelo, porque no ha sido dado a conocer. No hay plazos, ni cuantificaciones. Por no haber, no hay ni argumentaciones más que la evidente de que el turismo incide en el medio ambiente. Esas premisas, obviamente, son insuficientes. Es muy bonito utilizar grandes conceptos como «sostenibilidad» o «calidad», pero no lo es tanto que la economía de la que todos vivimos se la juegue sin red. Hay que explicar las cosas y dar sensación de seriedad. Y visto lo visto, mal vamos.