En medio de la confusión creada por el conflicto desatado en Afganistán, la zona de Oriente Próximo se está convirtiendo de nuevo en un polvorín que quizá sea difícil de controlar. Cuando todo hacía pensar que un alto el fuego podría estar cercano y también la posibilidad de iniciar nuevas conversaciones de paz entre israelíes y palestinos, se produce una matanza que enciende el fuego de los odios. Los árabes se muestran dispuestos a reanudar el diálogo mientras entierran a sus muertos "entre ellos una niña de diez años, alumna de una escuela bombardeada por Israel" y aseguran que todavía es posible una paz sostenible en la zona. En el otro bando las iras están hinchadas y no es para menos, pues el último asesinado ha sido un ministro del Gobierno hebreo. Los palestinos hacen un llamamiento «a la sensatez y la razón», algo que ellos mismos parecen ignorar. Y los judíos se empeñan en defender su modo de ver las cosas con la fuerza de las armas, haciendo caso omiso a las muchas resoluciones de la ONU que les instan a abandonar las zonas ocupadas en territorio árabe.
Así las cosas parece imposible llegar a una simple situación de normalidad en la que todas las partes puedan sentarse en una misma mesa y negociar las medidas necesarias para garantizar la paz y la estabilidad en la región. Si para ello es preciso "parece que Washington y Londres así lo han entendido" crear un Estado palestino como en su día se hizo con Israel, pues adelante.
Nadie puede justificar hoy en día una situación como la que se ven abocados a sufrir tanto judíos como árabes. Si los unos lograron hacer realidad sus aspiraciones territoriales, los otros tienen idénticos derechos. Lo único que hay que hacer es forzar una negociación con ayuda exterior y hablar hasta entenderse.