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Editorial

El futuro sin Aznar

Mucho se ha dicho y escrito sobre la sucesión de Aznar al frente del Partido Popular (PP) desde que éste anunciara su decisión de limitar su mandato a dos legislaturas y de no volverse a presentar a la reelección. Es preciso, en este punto, disentir radicalmente de las voces que apoyan la continuidad de Aznar, porque no es en absoluto positivo caer en personalismos. El PP y, en especial algunos de sus más dirigentes, deberían recordar cómo criticaron a Felipe González atribuyéndole un excesivo deseo de aferrarse al poder. Fueron probablemente muchos los ciudadanos que votaron al PP porque frente al líder carismático socialista se presentaba un hombre de un perfil totalmente distinto y que además se comprometía públicamente a no estar más de ocho años en el cargo. El electorado le dio un voto de confianza con una fecha de caducidad. No es ahora el momento de crear hombres imprescindibles. El solo hecho de sugerir que Aznar debería cambiar de decisión si se produjeran circunstancias extraordinarias a nivel nacional o internacional significa una falta de confianza en la madurez política de los españoles. España no necesita salvadores, sólo dirigentes honestos capaces de presentar un programa ilusionante para una gran mayoría. Y el PP, por su parte, necesita superar esta época excesivamente presidencialista que esta mermando la capacidad de democracia interna del partido, donde parece que sólo hay una voz, la de Aznar. Sus palabras y sus silencios son la única ley del partido. Tan criticable es lo que pasó en UCD con el poder en manos de los barones como la situación actual del PP. Con sus aciertos y errores, la etapa de Aznar debe acabar en 2004 y debe dar el relevo a un nuevo dirigente.

Así parece haberlo entendido el propio presidente, que ha adelantado que puede dimitir de sus responsabilidades en el PP si el candidato popular "de momento, una incógnita" gana las elecciones y accede a la Moncloa. Con esta decisión, muy acertada, Aznar intenta evitar los peligros que se derivarían de una bicefalia partido-Gobierno, que podría ser muy perjudicial.

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