La cultura catalana acaba de perder a uno de sus iconos: el padre Miquel Batllori, que deja tras de su larga existencia -93 años- una magna obra -un millar de publicaciones- que recorre los entresijos de temáticas como la Europa medieval, la obra y la figura de Ramon Llull, la Corona de Aragón, los Borgia, la América colonial... Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Premio Nacional de Historia y de Letras y Premio Ramon Llull de Balears, Batllori acumuló las más altas distinciones como historiador, pero probablemente sea su calidad humana lo que más haya marcado su existencia, acaparando a su vez calificativos como «catalán universal», «erudito de prestigio internacional», «persona sabia», «gran humanista», «figura rutilante y esplendorosa»...
Tampoco hay que olvidar su vinculación con Mallorca, adonde vino destinado en 1940 tras ordenarse sacerdote en Barcelona. A él le debemos la actualización de una figura clave de la cultura y la historia de nuestra Isla: Ramon Llull. E igual que hiciera el sabio mallorquín, Batllori supo enlazar el sentimiento y la visión de una cultura local con el significado de lo universal.
Fue, en definitiva, un icono de la cultura, algo que en estos tiempos parece empezar a escasear. No vivimos, en efecto, en una sociedad que incite al estudio prolongado, al entusiasmo por el saber, a la erudición, a la tertulia, a la profundización de las ideas, a la curiosidad por escarbar en el pasado, en el pensamiento, en la filosofía, sin perder la alegría ni el valor de la amistad. Personajes como Batllori serán difícilmente repetibles en adelante, en estos tiempos en los que el afán por conseguirlo todo de forma inmediata, el éxito fugaz, el reconocimiento popular y el dinero fácil parecen moverlo todo.