La economía europea parece querer entrar tímidamente en la senda de la recuperación, aunque todavía los expertos ven algunos signos preocupantes en el horizonte: la escalada del precio del petróleo, las subidas salariales, los impuestos indirectos... y como consecuencia, los repuntes de la inflación, que pueden a medio plazo influir también en un incremento del precio del dinero (y de nuestras hipotecas).
De cualquier forma, Europa quiere salir adelante y se encuentra en el buen camino. Claro que algunos países lo consiguen a duras penas y, además, a costa de saltarse a la torera las exigencias que rigen para toda la Unión Europea, entre ellas una de las más complejas, el Pacto de Estabilidad.
Aquel orgullo que siempre sintió España al «hacer los deberes» europeos, no funciona en otras latitudes. Alemania y Francia, empantanadas desde hace meses en una situación económica complicada, han hecho saltar por los aires la promesa de mantener el déficit por debajo del tres por ciento del PIB.
Pero, lejos de provocar un cisma, la Comisión Europea ha salido al encuentro de los dos gigantes económicos del viejo continente para echarles un salvavidas al cuello: se propone reformar el Pacto de Estabilidad para dar a los países remolones una segunda oportunidad antes de aplicarles las sanciones previstas en caso de incumplimiento.
Quizá sea la forma urgente de no dificultar aún más la recuperación de las economías que hoy se encuentra en momentos débiles, pero se impone la necesidad de prever los mecanismos necesarios para acumular el superávit que se produce cuando las cosas van bien para amortiguar los efectos negativos de las crisis, especialmente si pretendemos ser la economía más competitiva del mundo en 2010.