Los observadores políticos internacionales esperaban con un equipaje de esperanza y escepticismo a partes iguales la reunión del primer ministro israelí, Ariel Sharón, con el nuevo presidente de la Autoridad Palestina, Abu Mazen. No era para menos, pues en la reciente historia de las relaciones bilaterales entre ambos pueblos ha habido más dolor que alegría y más odio que avances. De ahí que el resultado del encuentro, que en cualquier otra circunstancia habría generado grandes dosis de optimismo, aquí se acepte con reservas. Que ambos líderes acuerden una tregua que permita dar algún paso hacia adelante en dirección a la paz es una excelente noticia, aunque en el escenario de Oriente Medio todo deben ser cautelas.
No será fácil instaurar una paz, aunque sea entre alfileres, en una tierra que lleva cuatro años desangrándose en una espiral de violencia de ida y vuelta -con más de cuatro mil muertos- que ha dejado a unos y a otros exhaustos e instalados en una desconfianza mutua que hará muy difícil el entendimiento futuro.
Bajo la supervisión de los dirigentes de dos países árabes moderados, que intentan ser ejemplo para la conflictiva región, el presidente egipcio, Hosni Mubarak, y el rey jordano, Abdalá, la reunión y sus esperanzadores resultados pueden caer en saco roto de forma inmediata si el nuevo rais palestino no es capaz de controlar las iras de los grupos terroristas que pululan en la zona y que exigen a su vez una mesa de diálogo con Mazen.
Hay a pesar de todo gestos que invitan a mirar el horizonte con cierta dosis de esperanza: el plan hebreo para retirarse de Gaza y Cisjordania, la intervención de Estados Unidos, la liberación de presos árabes..., quizá una cadena de acontecimientos que abran de una vez la puerta de la paz.