La muerte del Papa Juan Pablo II pone fin a un largo pontificado que ha marcado el devenir del mundo del durante los últimos años. Después de cuatro siglos de pontífices italianos, la elección de un Papa polaco suponía ya un anuncio de que algunas cosas podían tomar un rumbo diferente en el timón vaticano. Y así ha sido.
Juan Pablo II tuvo un papel fundamental en la evolución de los países del llamado «telón de acero», contribuyó de forma notable a la caída de los regímenes comunistas y al propio muro de Berlín. Hombre de convicciones firmes, no dudó en mostrar su apoyo a Lech Walesa, líder polaco del sindicato Solidaridad en un momento crucial. O en recibir al que fuera líder de la «perestroika» y artífice de la evolución más esperada de la extinta unión Soviética: Mijail Gorbachov. Karol Wojtyla realizó a lo largo de su pontificado más de cien viajes, muchos de ellos de carácter pastoral. Quiso estar siempre cerca de los jóvenes. Cierto es que desde Occidente se puede pensar que con el papado de Juan Pablo II la Iglesia no ha avanzado en asuntos de importante calado social, como las relaciones entre personas del mismo sexo o las relaciones sexuales. Pero es innegable que con él sí ha habido una notable evolución por lo que respecta a la doctrina social de la Iglesia y que, además, se ha pronunciado y, en ocasiones con evidente influencia, sobre asuntos de orden político. Ya en el final de su mandato cabe recordar su recuerdo ante Fidel Castro de la frase evangélica: «La verdad os hará libres» o su oposición a la guerra de Irak.
Hoy, los católicos del mundo, unos mil millones, lloran la muerte de su líder. Pero la huella de Wojtyla no deja indiferente a nadie. El Papa que vino del Este ha querido mantenerse en activo hasta el final, con la firmeza que siempre le caracterizó. Con él se cierra un período del que habrá que calibrar toda su trascendencia con el paso del tiempo.