Todos sabemos que el turismo es la gran maquinaria que sostiene el bienestar de nuestra Comunitat Autònoma y que si ese engranaje falla, podemos empezar a temblar. De ahí que haya que tomarse con cierta precaución las amenazas de las centrales sindicales mayoritarias, UGT y Comisiones Obreras, de organizar un verano de terror si la patronal no asume sus exigencias de cara a la mejora del convenio colectivo que rige las relaciones entre empresarios y trabajadores de hostelería.
La negocación de este texto afecta nada menos que a ochenta mil empleados de las Islas, entre fijos y eventuales, lo que puede tener una gran repercusión si los sindicatos optan, finalmente, por recurrir a medidas de presión para empujar a la patronal a un cambio de actitud.
Como siempre en casos de conflicto laboral, hay que convenir que la huelga y la manifestación son instrumentos que asisten al trabajador para hacer valer sus derechos y reividicaciones, pero también hay que tener en cuenta el efecto que estas medidas pueden tener no sólo en la ciudadanía, sino en el conjunto de la marcha de una comunidad como la nuestra.
Si la actividad turística ha estado atravesando un período ciertamente delicado desde que se produjeron los atentados del 11 de septiembre y cuando muchos ponen en duda el futuro de un modelo turístico como el nuestro, lo último que necesita el sector es conflictividad y trastornos para el visitante.
Se impone, una vez más, el sentido común y por ello la reunión de hoy debe ser determinante para que ambas partes intenten ceder en sus posturas para albergar la posibilidad de encontrar un punto intermedio sobre el que negociar. Hay mucho en juego.