Desde hace ya más de un año, más concretamente desde que los socialistas se hicieron con el poder en las elecciones posteriores a los atentados del 11-M, determinados sectores anclados en el pasado están empeñados en querer resucitar el fantasma de las dos Españas, cuya expresión última y trágica fue la Guerra Civil. Por su parte, el PP ataca el proyecto de reforma del Estatut catalán al considerar que no cabe en el marco constitucional. Las ansias de Catalunya de mejorar su sistema de financiación y su anhelo de obtener un reconocimiento legítimo a su personalidad nacional son vistas desde algunos sectores, incluido el PP, como un serio riesgo para la unidad de España. Un contrasentido, porque una comunidad como Navarra, por ejemplo, tan poco sospechosa de independentismo, goza de privilegios forales desde hace décadas y en ningún modo ha faltado a sus responsabilidades con la solidaridad interterritorial ni ha traicionado de forma alguna al resto de las autonomías.
Pero es que ahora, a esto se añade el resurgimiento de unos jóvenes radicales, violentos e intolerantes que, en una más de sus lamentables actuaciones, han querido dinamitar un homenaje académico al veterano Santiago Carrillo, al que la Universidad Autónoma de Madrid quiso reconocer su papel de reconciliación durante la Transición política.
Quizá estos últimos hechos, tan aparentemente desvinculados del asunto de la reforma territorial, tengan sólo una razón de ser: la más pura y absoluta ignorancia. Porque generalmente las posturas más radicales y agresivas se fundamentan en la tergiversación y la falta de información. Tal vez en uno y otro bando deberían retomar los libros de historia, sencillamente, y aprender de los errores del pasado. Sin proclamas, sin consignas, sin pancartas. Únicamente con la información y la sensatez en las manos.