En un momento en el que se amplifican los sordos rumores sobre la proximidad del principio del fin del terrorismo, cuando unos políticos acusan a otros de sentarse a la misma mesa de los criminales y mientras los otros se justifican argumentando que cualquier esfuerzo es importante para acabar con la violencia etarra, el príncipe Felipe ha hecho una llamada a la cordura y ha recordado que detrás de las palabras y de los hechos están las víctimas, personas reales, de carne y hueso, que han sufrido el zarpazo del terrorismo. Para ellas ha expresado su solidaridad y la de la institución que representa, la Corona, porque al final, después de cuarenta años de pistoleros, de amenazas y de terror, lo que queda es el espíritu humano, el que demuestra que a pesar de todo hay esperanza, que hay que seguir adelante y vivir con dignidad.
Las víctimas del terrorismo celebran un congreso en el que, claro, el dolor está muy presente, pero también su ejemplo y sus exigencias. Quienes han sufrido en carne propia la barbarie y quienes han perdido a sus seres más queridos están ahí, enteros, pidiendo justicia, no venganza. Ése es el camino, y ése, el de la razón, el Estado de Derecho, la colaboración internacional y la democracia, es el que ha reivindicado el Príncipe.
Estos días, en Valencia, se concentran más de trescientas historias personales, todas teñidas de dolor, de pérdida, de vidas absurdamente destrozadas. Pero en todas ellas queda una huella de valentía, de fortaleza y de entereza. A la hora de promover gestos que puedan conducir a una negociación con los violentos hay que tenerles siempre presentes, con un respeto absoluto, porque sólo ellos conocen de primera mano la magnitud de lo que significa el terrorismo.