Una vez al año sus señorías se reúnen en el Congreso de los Diputados para dar un buen repaso a cómo están las cosas en el país. Es decir, a radiografiar la situación que vivimos todos, día a día, aunque siempre los responsables del Gobierno intentan barrer para casa y se explayan en los haberes, mientras la oposición suele fijar el microscopio en los deberes.
Esta vez, en cambio, no ha sido exactamente así. Porque la nación va, más o menos, bien, hay que admitirlo, aunque arrastra algunos problemas seculares -desempleo, delincuencia, inmigración, falta de productividad...- a los que nadie parece capaz de encontrar solución. Pero, por encima de todos sobresale uno: el terrorismo, el asunto más urgente, más preocupante y más ilusionante a la vez. Porque hay en marcha un supuesto proceso de paz del que sabemos poco y sobre el que, al parecer, los líderes del Gobierno y de la oposición han decidido correr un tupido velo hasta tener algo más sólido que ofrecer a la opinión pública. Sabemos, comprendemos, que el silencio, la prudencia y la discreción son fundamentales a la hora de establecer las bases para iniciar conversaciones de paz con asesinos que nos han tenido en vilo desde hace cuarenta años. Pero obviar casi por completo el tema en un debate sobre el estado de la nación puede decepcionar a muchos ciudadanos.
Por lo demás, los observadores han descrito el debate como descafeinado y muchos han visto ya trazos de campaña electoral en la intervención de José Luis Rodríguez Zapatero, que atraviesa el ecuador de su mandato, frente a un Mariano Rajoy que no tuvo uno de sus mejores días. Dentro de un año, comicios autonómicos y municipales, y ya hay quien percibe aromas de adelanto electoral para las generales.