Contenedores rebosantes y rodeados de fluidos secos y pestilentes casi imposibles ya de eliminar, playas con vertidos fecales, excrementos de animales por doquier, rincones convertidos en urinarios a falta de los de verdad, papeles, bolsas, restos de comida. Quien no quiera verlo, que no mire, pero ahí están para bochorno de los anfitriones de uno de los más aclamados paraísos del bienestar. Pero ya no hay excusa, que la saturación justifica muchas cosas desde hace ya muchos años y precisamente por eso, porque el cuento ya se conoce desde antiguo, no es ya argumento para que la isla rebose basura, nuevamente, por todos sus costados. No es de recibo que los ayuntamientos toleren tanta suciedad en sus municipios, como tampoco que los ciudadanos lo consintamos todo por el simple peso de la costumbre. Ya no sólo se trata de la imagen que se ofrece a nuestros turistas y clientes, sino, en muchos casos, de cuestiones meramente sanitarias. No se entiende que, en Eivissa, vómitos permanezcan días sin que nadie los limpie, que no se vean las máquinas de fregar por las calles más concurridas, que simplemente porque hay muchos desperfectos consentidos por el ayuntamiento correspondiente no se ponga mayor coto al desenfreno, a la orgía de suciedad en que vivimos. Cada ciudadano tiene los suyos, pero son miles los ejemplos, nimios si aislados, rotundos cuando se acumulan: no se puede entender que en la carretera de Sant Joan junto al cruce a Sant Llorenç, cuatro contenedores estén permanentemente saturados y rebosantes de basura. Ni que en Sant Antoni las bolsas de basura ocupen el centro de las calles. Por todo esto, que son sólo tres ejemplos a los que cada lector puede sumar su propia experiencia, es necesario tomar el problema en serio, sentarse alrededor de una mesa y firmar por un pacto por la limpieza. Para que la próxima temporada no volvamos a las andadas.
Editorial
Por un pacto contra la suciedad