A pesar de las matizaciones y las disculpas del papa Benedicto XVI a propósito de una conferencia en la que citó palabras del rey bizantino Manuel II Paleólogo cuando éste relacionaba violencia e Islam, los incidentes han continuado en países islámicos. No se trataba de una afirmación propia y, por tanto, las excusas vaticanas obedecen a un intento de rebajar la tensión creciente generada por una lección académica.
El hecho de que ciertos embajadores del Vaticano, como el de Irán, fueran llamados a consultas nos puede dar una idea de qué modo y manera se pueden tergiversar o manipular declaraciones para conseguir el efecto de enardecer a las masas. Y, además, Benedicto XVI no es George Bush y la Iglesia católica en los últimos tiempos ha apostado siempre por las vías pacíficas y por el diálogo.
Naturalmente se puede discrepar de muchos posicionamientos de la jerarquía católica, algunos de ellos anclados en unos dogmas que, tal vez, debieran ser revisados en función de los avances científicos y tecnológicos o en función de los notables cambios sociales que se han producido, en especial en los países desarrollados. Pero esto es una cosa y otra bien distinta es armar un enorme revuelo mediante la quema de iglesias. Eso, es absolutamente injustificable, y mucho menos el asesinato, y no puede defenderse bajo el paraguas de ninguna religión.
Desgraciadamente el ecumenismo iniciado por Juan Pablo II, el entendimiento entre confesiones religiosas dispares puede verse afectado por algo que, en resumidas cuentas, no tendría por qué haber motivado reacciones tan enconadas. Lo deseable sería que las aguas volvieran a su cauce. Desde Roma ya se ha rectificado y se han pedido disculpas. Continuar con ataques o reacciones extremas ya no es comprensible.