Una vez más nos llega desde Estados Unidos el eco de su vertiente más oscura. Una matanza en la Universidad de Virginia Tech deja tras de sí un reguero de dolor tan grande como la estupefección que provoca. La pregunta es siempre la misma: ¿Cómo es posible? ¿Qué es lo que falla en un país, en una sociedad, para que se produzcan hechos como éste? Es un asunto complejo en el que intervienen varios factores, pero uno de ellos, quizá el más llamativo no sea el porqué -quién podría entrar en la mente de personas capaces de algo así-, sino el cómo.
Y siempre, una vez tras otra, topamos de frente con una legislación tan sumamente permisiva en la venta de armas que nos deja atónitos, pues posibilita que chavales aún adolescentes -o locos de cualquier calaña- tengan acceso a armamento sofisticado, caro y dramáticamente eficaz.
Si la tragedia escolar de Columbine dio la vuelta al mundo y desató una marea de polémicas dejando doce víctimas mortales, ésta puede convertirse en la peor de la historia norteamericana, récord que ostentaba Austin, en 1966, con quince muertos. El propio presidente Bush se ha mostrado «horrorizado» por lo que las autoridades denominan eufemísticamente «incidente», quizá porque no sólo son incapaces de aportar soluciones a este tipo de problemas, sino que tradicionalmente se han mostrado contrarios a coartar un sólo milímetro de la libertad que los norteamericanos gozan a la hora de comprar armas, a pesar de que sucesos como el de ayer se repiten año tras año.
Detrás de todo ello persiste la sombra del «por qué», un interrogante imposible de responder con mínima lógica en la sociedad de la abundancia por excelencia, donde la violencia alcanza cotas inimaginables porque, precisamente, se combate con más violencia.