Como una imagen salida de un sueño para unos y de una pesadilla para otros, ayer tomaba posesión del nuevo Gobierno norirlandés Ian Pasley de la mano de su ahora segundo de a bordo, Martin McGuiness. A bote pronto, sin conocerlos, sus nombres nos dirán bien poco. Pero si añadimos que el primero es protestante y el segundo ex comandante del IRA, la cosa cambia. La imagen vale más que mil palabras y representa el punto final -ojalá no haya tropiezos- del proceso de paz en el Ulster después de una «guerra» a muerte entre unos y otros que ha costado cuatro mil vidas humanas y un clima de odio que parecía insuperable. De hecho, quienes ayer se daban la mano y sonreían a las cámaras, juraron en su día no parar hasta ver aniquilado al otro. ¿Qué ha cambiado en aquella parte del mundo para que esta foto sea hoy posible? Seguramente el mayor de los hartazgos por parte de la sociedad y la evolución de esa misma sociedad hasta posiciones más modernas, más universales. Pero, sobre todo, la apuesta firme que en su momento hicieron ingleses e irlandeses por el diálogo y ¿por qué no admitirlo? la negociación.
En Irlanda del Norte la conclusión ha sido feliz y el propio primer ministro británico Tony Blair, que acudió a la investidura, afirmó que «éste es un ejemplo para otros conflictos». ¿Se refería al País Vasco? Muchos quieren creer que sí, porque de hecho, después de ver cómo se resuelve el que parecía eterno problema del Ulster de forma civilizada, la barbarie de ETA y sus acólitos queda como remanente de un pasado que otros han sabido superar. No podemos consentir que nuestro país siga constituyendo una penosa excepción en el marco europeo mientras los líderes políticos eluden asumir una postura común y se dedican a atacarse mutuamente sin afrontar la solución del problema.