Durante los últimos meses, los medios de comunicación occidentales se vienen haciendo eco de un goteo constante de indicadores económicos negativos sin que, por el momento, los analistas se hayan pronunciado con claridad sobre una nueva orientación de la actividad económica. Ese aterrizaje suave, al que se alude cuando se aborda todo lo relacionado con la nueva coyuntura económica, da la impresión que es una expresión demasiado benévola; todo apunta a un descenso más abrupto de lo que estaba previsto.
Un repaso de los titulares económicos dejan una retahíla de datos que invitan, cuando menos, a la preocupación. Constante incremento de los tipos de interés, aumento en el precio del pan, leche y sus derivados, alza en la cotización del crudo -amortiguada por una elevada cotización del euro-, descenso en la actividad del mercado inmobiliario... son elementos que presentados de manera desorganizada pueden interpretarse como hechos aislados, inconexos, ajenos a una situación común en la economía occidental y, en concreto, en la española.
Resulta necesario compartir la cautela de los expertos a la hora de tratar temas relacionados con el mundo de la economía, siempre tan sensible a los cambios, por leves que éstos sean, pero es evidente que no conduce a nada ocultar la realidad. La simple observación de la evolución de los datos económicos más significativos obliga a hablar, sin tapujos, de una recesión económica generalizada y parece obligado exigir a los responsables políticos medidas para poder hacer frente a la situación con las máximas garantías; en especial para que se minimicen los efectos sociales. Es en épocas de dificultad cuando es más necesario claridad de ideas y transparencia en las decisiones.