España ha estado durante diez años aportando efectivos militares, esfuerzo, tiempo, dinero y varias pérdidas humanas a la reconstrucción y mantenimiento de la paz en Kosovo, territorio que sufrió terriblemente durante la guerra de la ex Yugoslavia. No es lo único que nuestro país ha hecho por aquella tierra. También acogimos a muchos exiliados que huían aterrorizados de la contienda.
Pero en febrero del año pasado la situación política de la zona dio un vuelco al ser aprobada la declaración de independencia de Kosovo, que España no quiso reconocer por sus claros paralelismos con asuntos domésticos incómodos y de difícil solución, como el afán independentista de algunos sectores en comunidades como Euskadi, Catalunya e incluso Galicia.
Así las cosas resultaba polémico cuando menos permanecer allí con fuerzas militares. Desde el Ejército siempre se ha intentado ofrecer a la ciudadanía una imagen casi de ONG de la labor que realiza en países lejanos. Pero la situación estaba lejos de esa imagen y políticamente la cuestión chirriaba desde hacía meses.
Ahora, quizá no de la mejor manera posible, la ministra del ramo, Carme Chacón, realiza un viaje relámpago para anunciar, casi en voz baja, que abandonamos Kosovo, que la misión está cumplida y se acabó.
Como en otras ocasiones, las formas le pierden a este Gobierno. ¿Tenemos algo que ocultar? ¿No? ¿Entonces por qué esta especie de secretismo? Desde los propios militares hasta la oposición y la OTAN se han visto sorprendidos por la noticia. Si Kosovo resultaba incongruente con la política de Zapatero, nada tiene de vergonzoso. Así que más claridad y transparecnia habrían sido, como siempre, bienvenidas.