Desde que El Confidencial publicó ayer los primeros nombres de la lista Falciani, por mis venas corre un sentimiento de impotencia del que no sé desprenderme. Los presuntos defraudadores que se llevaron a Suiza cantidades inimaginables de millones de euros y dólares sin declarar, se merecen mi más profundo desprecio.
Por culpa de esta gente, los colegios e institutos pitiusos no tienen los suficientes docentes ni las infraestructuras adecuadas para educar a nuestros niños y jóvenes.
Por su desfachatez, los pitiusos deben desplazarse a Mallorca y a otras ciudades del Estado para recibir tratamiento de radioterapia. Por su caradura, a los ibicencos y formenterenses nos han subido los impuestos y bajado nuestros sueldos. Y, además, se han reído en nuestras narices.
Todo ciudadano de este país tiene la obligación de dar cuenta de todos los ingresos acumulados a lo largo de un año para que luego el Estado redistribuya la riqueza conseguida. Sin embargo, hay quienes prefieren estafar a nuestra sociedad y llevárselo crudo a paraísos fiscales. A todos ellos, muchas gracias. Mientras tanto, los que no hemos nacido con la desvergüenza y el cinismo de toda esta tropa seguiremos buscándonos la vida de la manera más honrada posible.
Por otro lado, los hay que tener bien puestos para poner en jaque a las personas más poderosas del planeta como hizo en su día Hervé Falciani, el ingeniero informático que robó información de más de 130.000 cuentas de clientes del banco HSBC y que continúa colaborando para que impere la justicia en este asunto.